Todos somos ciudadanos, pero hay unos más ciudadanos que otros

En ESPECIALES Alejandro Badillo

Hace unos días el locutor Pedro Ferriz de Con, en un mensaje de video, se lamentaba de la poca convocatoria que han tenido los grupos opositores al gobierno de López Obrador. Exasperado, mencionaba que no habían podido unirse y hacer alianzas con toda la sociedad para cambiar la dirección de país que, según su perspectiva, está al borde del desastre. Después, en su misma arenga, soltó la siguiente frase:

“El pueblo que apoya a López Obrador no está capacitado para opinar sobre el presente y el futuro del país. Por eso tiene que ser la clase media la que se mueva”.

La frase de Ferriz de Con, además de su declarado tufo fascista, tiene un elemento interesante: la seguridad con la cual un sector de la población mexicana –minoritario, por supuesto– discrimina a otro sector –mayoritario– adjudicándole una serie de características negativas que, según este discurso, lo imposibilitan para opinar o participar de las decisiones que se toman en el país. El llamado “juicio de los expertos” debe estar por arriba de lo popular aunque, ese mismo juicio, nos haya llevado a innumerables fraudes, crisis, bancarrotas y una acelerada desigualdad social.

En la frase de Ferriz de Con y en otras similares dichas por comentaristas, opinólogos, académicos e infuencers hay siempre un llamado a la “ciudadanía”. La obsesión por este concepto es, más que una estrategia, una campaña de marketing y un dogma de fe. Ante el desprestigio crónico de los políticos, la misma élite que vive en simbiosis con ellos, los repudia.

De esta manera hemos visto, en los últimos años, una “ciudadanización” en el discurso público y, en particular, en los partidos políticos que intentan cambiar para que todo siga igual. No hay tramas oscuras ni conflicto de intereses porque todos ellos representan a la siempre honorable ciudadanía. El ejemplo más claro es Movimiento Ciudadano, una mezcla de políticos reciclados de otros partidos y miembros de la élite empresarial de diferentes estados del país. A pesar de que son los mismos de siempre, se asumen como voceros de las causas de la gente común y corriente. Incluso se apropian de personas pertenecientes a grupos indígenas como Yuawi López, del pueblo Wixarika en la Sierra Alta de Jalisco. El niño, usado como emblema publicitario al igual que cualquier producto comercial, fue un éxito en internet y en las redes sociales. ¿Cuántas personas de la cultura Wixarika o de cualquier otra cultura indígena tienen voz y voto en ese partido?

Otra apropiación evidente de lo “ciudadano” es la que hacen los grupos y cámaras empresariales. Pongamos por ejemplo Sí por México, asociación conformada por personajes y académicos cercanos a la Coparmex. Al igual que los partidos políticos dicen representar una agenda ciudadana y, sin embargo, encontramos sólo ciudadanos de la élite económica o académica del país. Parecería que hay una ceguera de clase que les impide pensar que los ciudadanos, en el papel, somos todos y que debería haber una representatividad de todos los estratos sociales en estos grupos que pretenden ser voceros de la sociedad. Un vistazo a lo que ocurrió con Sí por México capítulo Puebla es ejemplificador. Para las elecciones del año pasado, esta organización –ahora extinta– se erigió como una especie de evaluadora ciudadana, sin conflictos de interés y objetiva, de los candidatos a diferentes puestos de elección popular. A través de una rúbrica calificaron a los candidatos y, además, les pidieron que firmaran una serie de compromisos con ellos.

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La comisión escrutadora –así llamada por ellos– estaba conformada por representantes empresariales y académicos. El grupo, a la postre, estaba coordinado por Enrique Cárdenas, exrector de la UDLAP, quien anteriormente había recolectado firmas como candidato independiente –ciudadano, faltaba más–. El no-político convertido en político, al no juntar el número de firmas para su registro, usó el respaldo que le había dado la gente para
competir por una coalición conformada por los partidos de siempre. Sí por México capítulo Puebla, como era de esperarse, recibió atención mediática y, de muchas maneras, funcionó como un interlocutor “ciudadano” que, en realidad, representaba a la misma élite de siempre. El resto de la sociedad, para variar, fue invisible en el debate.

Recapitulando estos ejemplos, me parece que tenemos, como en el caso de Ferriz de Con, a un grupo minoritario del país –muy poderoso, por cierto– que no solo se apropia de lo ciudadano, sino que se dice representante de lo que siente, quiere y necesita el país. Al más puro estilo fascistoide despoja a los sectores populares de cualquier legitimidad y les endilga los males del país, pues son “cómplices” de la debacle nacional. En el caso de Sí por México capítulo Puebla, tenemos una muestra muy común del juicio de los expertos, una especie de paternalismo que despoja de autoridad al otro porque no sabe lo que le conviene. Ahí están ellos, los representantes empresariales y académicos, para decirnos lo que tenemos que pensar y el camino que debe seguir el país. Siempre lo han hecho, pero ahora tienen un nuevo disfraz que les permite gozar de cierta legitimidad social ante el descrédito de los partidos políticos tradicionales. Por cierto, ambos grupos se llenan la boca con una palabra: “democracia”.

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