Fotografía: Especial

“Reconstrucción”, de Alejandro Badillo, atmósfera de incertidumbres y suposiciones

En ESPECIALES Juan Luis Nutte

La esperanza siempre es incierta y de alguna manera  otorga consuelo mientras se mantiene viva y se resuelve el enigma esperanzador que hará alcanzar algún anhelo, ya sea bueno o malo, poniendo como dice Robert Burton a la esperanza y la paciencia como soberanos remedios para todo, ya que son el descanso más seguro y el más blando cojín sobre los cuales podemos reclinarnos en la adversidad. Si se logra mantener y avivar la esperanza, estaremos a  salvo del desaliento y el desencanto, esto es lo que mantiene activo y pendiendo del hilo del desaliento  al narrador de la novela Reconstrucción de Alejandro Badillo.

En Reconstrucción, Alejandro Badillo, a través de una prosa despojada de metáforas, mantiene la objetividad del cronista sin recargar su relato, introduce al lector en una atmósfera desoladora, de inmensidades, de incertidumbres y suposiciones; el narrador testigo tiene la firme voluntad de realizar la crónica de los sucesos de  una ciudad casi fantasmal, donde los habitantes contemplan la nada y van desapareciendo mientras esperan que la ciudad, siempre al borde del colapso, tenga su fin; en esta ciudad contenida por una inmensa muralla que nadie sabe quién y para qué fines fue levantada, la tecnología es casi nula y sus habitantes desaparecen sin dejar rastro y los que permanecen en ella  sucumben al suicidio que, debido a la repetición de este fenómeno, la gente lo acepta como un hecho normal y desesperanzador: ¿Cuántos hechos repetidos de nuestras vidas se vuelven costumbres casi invisibles? ¿Cuántos pensamientos terribles se convierten en un asunto cotidiano a fuerza de visitarlos, machacarlos una y otra vez en la mente? Las razones dejaron de importar ante la inevitabilidad de cada uno de los suicidios.

El narrador, que por cierto, es poco confiable a pesar de su voluntad  de ser fiel cronista, reconstruye y recupera la historia de aquella ciudad basándose en suposiciones derivadas de sus investigaciones y fragmentos de información que algunos habitantes le facilitan: una libreta con partes de diarios personales, artículos de revistas, fotografías y descripciones de objetos y aves quizás extintas donde se atisban algunas señales de la decadencia y aridez de aquella urbe.  Pero también hay algo que se percibe en los pocos habitantes de la ciudad: la espera del advenimiento de algo ominoso e inevitable que pondrá fin a la población; la esperanza constante de que retornen los desaparecidos, desposeída de ilusiones y vitalidad, insufla una abulia que, cuando los rebasa, no queda más opción que el suicidio. La indolencia y la rutina son lo común en esa ciudad amurallada de la que nadie tiene motivos ni voluntad para salir, pero si es así, ¿cómo es que los habitantes desaparecen?

“Reconstrucción”, una novela para enfrentarse a la incertidumbre: Alejandro Badillo

En Reconstrucción prevalece una especie de carcoma anímica que despoja a los personajes de sentimientos o ataduras afectivas y los invade una calma contemplativa, insensible y entonces se  alejan de la ciudad o se internan en los bosques para buscar, tal vez, algún nuevo espacio, limpio, menos decadente para dejarse morir, pero no es seguro esto, porque nadie tiene la certeza de lo que sucede con aquellos que deciden alejarse de su familia y la ciudad. Es como si una presencia imponente, invasora indefinible, se anidara en los habitantes para vaciarlos de toda motivación existencial, extirpándoles la libertad de vivir de cualquier manera, orillándolos a una vida rutinaria y sin sentido, que infaliblemente los hace sucumbir  al suicidio y paradójicamente los mantiene en vilo la esperanza hacia algo inexpresable.

El orden que se percibe en Reconstrucción, donde no hay una decadencia en el paisaje pero sí una pausa larga y opresora, atemporal, como si el tiempo se hubiese congelado, deja fluir la amenaza de ese algo inexpresable y capaz de introducir, en el orden, el desconcierto; en la cordura, la locura, o de mostrar, a lo mejor, que la esperanza y la locura siempre existieron dentro de esa ciudad amurallada. Y en esa expectación, en el interminable aplazamiento de la libertad o la realización de una vida normal, se marchita la vida de los habitantes y del narrador. La ciudad que contiene las murallas, es una ciudad detenida en el tiempo y para no alterar esa pausa es necesaria una rutina que elimine la voluntad y la identidad individuales.

Por otra parte, el narrador no tiene nombre, ni se sabe de su vida, ni de dónde viene,  tal vez sea extranjero o natural del país amurallado, este detalle le otorga un halo de desarraigo; su necesidad de registrar todo lo que sucede en la ciudad lo protege del desencanto y la desesperanza y tal vez de la desaparición y el suicidio, así tiene la esperanza de que la escritura lo redima, de qué, no se sabe; tal vez su voluntad de historiador, de cronista y de memorioso le confirme o le dé una nueva identidad para asimilarse a ese lugar donde la desolación y despersonalización de los habitantes es rotunda, pero para qué busca asimilarse a una ciudad que agoniza.

Pero entre toda esta grisura surge un atisbo de esperanza, Lucrecia, único personaje con el que el narrador entabla una relación afectiva. Lucrecia es una luz parpadeante, un toque de color entre la lobreguez, símbolo de esperanza con la que el narrador emprende un viaje para dar respuesta con palabras nuevas y vivas a lo que sucede en ese lugar donde las palabras son prácticamente muertas, ya que sin habitantes el habla muere. A veces pareciera que el narrador en su ansia de respuestas entrega su vida a un espejismo, porque, efectivamente, la muralla, la ciudad, el río contaminado, Lucrecia y los sobrevivientes solitarios, en su inconcreción espacial y temporal, en su alejamiento de todo referente histórico y geográfico, conforman un espacio que consigue un tono irreal, no exactamente fantástico, pero en todo caso indeterminado y enigmático

Alejandro Badillo, en esta novela demuestra su dominio del lenguaje, con recursos narrativos muy medidos, casi minimalistas y emparentados con la crónica, construye un escenario vagamente antiguo, aunque cronológicamente impreciso e inasible: la muralla, las cabañas, las calles, los habitantes y los bosques, la arquitectura de aquella ciudad, todo es impreciso, mejor dicho desleído, como una fotografía antigua, y ciertos detalles del clima o la flora evocan lugares europeos, pero en otras ocasiones la soledad y desnudez de los paisajes que abrazan la muralla traen a la imaginación las imágenes de un pueblo, ciudad o país aislado. Todo lo anterior hace que Reconstrucción comparta, algo del ambiente angustioso y del tono alegórico de algunas de las novelas de Kafka o de Dino Buzzati con El desierto de los tártaros; también cabe relacionarla con otras obras que representan lo absurdo como Metrópolis de Ferenc Karinthy.

Y la novela no decae en su ritmo contenido, sobrio, de rotunda verosimilitud; su estilo seco, objetivo, parco y extrañamente poético construye atmósferas logradas gracias a una templada descripción hasta la última línea, manteniendo al lector en vilo, contagiado también de esa espera y de la esperanza de saber el origen de esa incertidumbre.

Alejandro Badillo, Reconstrucción, Ediciones de Educación y Cultura, México, 2021.

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