Fotografía: Especial

La eterna conjura nazi

En ESPECIALES Alejandro Badillo

PUEBLA, MÉXICO.- La figura de Adolf Hitler y el Tercer Reich sigue estimulando la imaginación de millones de personas en el mundo. Sería una tarea interminable enlistar la cantidad de películas, libros y demás productos culturales que abordan el nazismo y sus ramificaciones.

De forma paralela a los productos culturales inspirados en Hitler han surgido, desde hace tiempo, un par de fenómenos: el primero, la llamada Ley de Godwin, describe que, mientras más larga sea una discusión, es más probable que se mencione a Hitler sin importar que el tema que se debata no tenga que ver con él ni con su contexto. El segundo es la falacia conocida como Reductio ad Hitlerum que consiste en atacar o descalificar a un adversario por alguna característica o punto de vista que, supuestamente, comparte con el dictador alemán.

Después de esta falacia ya no hay vuelta atrás porque se ha llegado a un límite casi imposible de superar: nadie puede ser tan malo como Hitler.

Desde que empezó el actual gobierno han aparecido en la prensa, redes sociales y medios de comunicación masivos, artículos, fotos o comentarios que intentan vincular al presidente o, incluso, a funcionarios de su administración, con el nazismo. Hay un poco de todo: desde simples tweets a textos un poco más elaborados. Casi todas las comparaciones parecen bromas hasta que comprobamos que el personaje que las ha hecho se las toma muy en serio. En el 2020 el comentarista Ricardo Alemán comparó los adornos luminosos que el gobierno colocó en el zócalo de la Ciudad de México–vacío por la pandemia– con “La noche de las antorchas nazis”.

Un año antes, en el artículo “AMLO y Hitler, las semejanzas” publicado en el Chicago Tribune, Óscar Müller Creel –doctor en Derecho– describió que ambos personajes llegaron al poder después de varios años de intentos infructuosos. Sería muy interesante hacer una lista de todos los políticos que triunfaron en las elecciones después de algunos fracasos para encontrar su raíz nazi. En un siguiente párrafo Müller Creel descubre otra analogía aún más inquietante: el programa “Jóvenes construyendo el futuro” funciona como las Juventudes Hitlerianas. El autor refiere que el gobierno mexicano fanatiza a sus becarios, así como lo hacía el Tercer Reich:

“Estos jóvenes fueron influenciados por los discursos incendiarios de Hitler que les convirtieron en fuerzas de choque que en forma tumultuaria violentaban a quienes consideraban enemigos del Estado”.

Más allá de cualquier crítica fundamentada al programa federal, hasta el momento no ha habido noticias de que los jóvenes sean usados como golpeadores o protagonistas de actos violentos.

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Con el tiempo ha crecido la lista de comentaristas, periodistas e, incluso, científicos o escritores que han tratado de alertarnos sobre las alarmantes coincidencias entre la 4T y el nazismo. Todos incurren, por supuesto, en distintos tipos de falacias y errores más allá de ignorar, deliberadamente, los contextos históricos y sociales de México en el siglo XXI y de Alemania antes y durante la II Guerra Mundial.

La doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie –personaje invitado con frecuencia en los medios de comunicación para criticar el manejo gubernamental de la pandemia del Covid-19– publicó el 5 de mayo del 2020 en el diario Reforma el artículo “El fiasco del siglo”. Al final del texto –después de enumerar diferentes estadísticas que le sirven para, supuestamente, demostrar los errores del gobierno– invoca el demoledor juicio de la historia y, aludiendo a Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, dice que no habrá perdón para “aquellos científicos que en pro de un bien común malentendido y faltando a la ética que su profesión demanda, han abusado de su poder y posición, sacrificando o arriesgando la vida de las personas. “¿Quizás el caso de Josef Mengele venga a la mente?”. La pregunta es sumamente problemática porque acusa al gobierno de sacrificar e, incluso, experimentar deliberadamente con la población por su origen étnico, social o, incluso, ideas políticas. No es corrupción o incompetencia, sino un plan diseñado para usar a seres humanos como conejillos de indias. ¿La doctora habrá considerado la historia real de Josef Mengele para hacer la comparación?

La última categoría –llena de un humorismo involuntario– es la visual: se intenta vincular algún gesto o postura del presidente con una similar de Adolf Hitler. El escritor Xavier Velasco compartió, recientemente, una fotografía en la que el presidente López Obrador posa con un pequeño chivo o cabra. A un lado colocó una foto del dictador alemán alimentando o acariciando a unos venados. Tituló su composición: “Encuentra las diferencias”. El tweet fue borrado minutos después por el escritor. No vale la pena explicar el sinsentido de la comparación.

Haciendo una lectura de las columnas que publica en el diario Milenio encontramos que el nazismo es uno de sus temas favoritos. Sin embargo, a pesar de las referencias y bibliografía que ofrece, encontramos un diagnóstico único al fenómeno: el odio. Para el autor, el odio es una especie de marca ancestral, atávica incluso, que regresa constantemente en la historia. Por eso, ante lo irracional sólo queda la denuncia y la estigmatización pública. Irónicamente Xavier Velasco, amante de los perros y promotor de los derechos de los animales, cabe mejor en la falacia Reductio ad Hitlerum ya que los nazis fueron precursores de muchas leyes dedicadas a la protección animal. Basándonos en esa evidencia: ¿podríamos afirmar que el escritor es un simpatizante de Hitler?

La analogía de la 4T con el nazismo demuestra una incapacidad abrumadora para interpretar el contexto cambiante del siglo XXI y a líderes como el presidente López Obrador cuyos perfiles reúnen características disímbolas y, muchas veces, contradictorias. El historiador Enzo Traverso en su libro Las nuevas caras de la derecha. ¿Por qué funcionan las propuestas vacías y el discurso enfurecido de los antisistema y cuál es su potencial político real?, menciona que conceptos como el populismo son etiquetas que han perdido toda su carga semántica. La nueva realidad política del siglo XXI requiere imaginación para diagnosticar escenarios flexibles e ir más allá de la propaganda vacua. Por lo tanto, relacionar contextos diferentes apelando a un pasado inmóvil y argumentar usando coincidencias superficiales implica un desconocimiento elemental de la historia y una negativa a mirar la realidad más allá del prejuicio.

Las nuevas caras de la derecha

También, por supuesto, la analogía de la 4T con el nazismo nos enseña que no hay límites en la lucha política y que los argumentos y evidencias han quedado fuera del debate público. Estamos en la era de la posverdad y de la imaginación paranoide, como la llama el historiador Richard J. Evans, especialista en la Alemania nazi y sus teorías de la conspiración.

Por último, hay una arista particularmente controversial en los personajes que difunden esta propaganda: el nazismo y el holocausto se banalizan. El sufrimiento de millones de personas es colocado al nivel de la caricatura. Eso es, además de una falta de respeto a las víctimas de los campos de concentración, una invitación a usar cualquier evento histórico, vaciar su contenido, y ponerlo como punta de lanza para demonizar al enemigo. Existe la frase –ahora lugar común– que indica que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Banalizar la historia, volverla desechable y despojarla de su contenido real, es otro tipo de ignorancia que nos condena a repetir el discurso de odio que ha funcionado muy bien en el pasado.

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