Fotografía: José Luis Prado

Escribir, morir en pequeñas dosis

En COLUMNAS José Luis Prado

Escribir también es morir varias veces y en pequeñas dosis, esta parece ser la paradoja de Últimos días terrenales (FOEM, 2021) el más reciente libro de Federico Vite, que obtuvo el premio único de cuento en el Certamen Literario “Laura Méndez de Cuenca” en 2020.

Antítesis del recurso fácil, Últimos días terrenales presenta un juego muy ambivalente al prestar voz a la narradora de sus cuentos, ya que plantea una mirada omnisciente, pero con la característica de un narrador testigo, el cual nos tiene acostumbrados a la restricción de los pensamientos de los otros; es decir, alguien que dentro de la historia narra algo y sabe más desde la interiorización.  Y creo que la resolución elegida por Vite es acertadísima porque genera un quiebre en el acercamiento, ya que produce una intimidad distante, como si alguien nos tradujera los sentimientos de un moribundo, a pesar de que nos haya tocado presenciar la muerte.  Quizá esa sea la razón para elegir a “la muerte” como la voz que cuenta los últimos suspiros en la vida de algunos autores.

Esta reunión de relatos es una aproximación al último día de escritores como John Cheever, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Antonio Tabucchi, J.D. Salinger, Ernest Hemingway, Edgar Alan Poe y Guy de Maupassant, una empresa por demás, arriesgada porque ahí está en juego una suerte de canon literario que Federico Vite nos presenta. Me parece que el autor ha dibujado aquí una línea leve y transparente que sombrea su trabajo creativo; una tradición que viene de Edgar Allan Poe, pero que hace un par de brincos con Cheever y Hemingway. Veo, por tanto, dos empresas que suman en el recorrido literario de Federico.

Sin malicia no tiene sentido escribir: Federico Vite

Si intentara, así, a bote pronto, rastrear a la familia del libro que nos ocupa, habría que colocar El ángel literario del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, una serie de cuentos biográficos que se aproximan a la génesis en el mundo de las letras, entre ellos están Hermann Hesse, Rarymound Carver, Ernest Hemingway, Ricardo Piglia y Vladimir Nabokov.

Por su parte, Vite muestra una relación agonizante y dolorosa, regida por los siguientes tópicos: la relación entre el escritor y su padre; entre la escritura, la memoria literaria y la reclusión; entre las parejas sentimentales de los autores y la separación del espíritu y el cuerpo. Por ejemplo, en el cuento ‘Hospital Saint-Lazare’, vemos a Julio Cortázar soñar a su padre:

“Sueña con una novela todas las noches; en el mundo onírico, el libro ya está impreso. De manera que cuando Julio despierta, tiene una sensación muy frustrante, porque el ejemplar se encuentra frente a él, pero es incapaz de leerlo. Probablemente en ese libro hable de su padre, una de las pocas personas no pudo dialogar; es el único tabú, y un libro vacío encarna el rechazo natural, obvio y evidente a lo paternal.”

A lo largo de las páginas de este conjunto de cuentos veremos cómo esa figura paternal modula los últimos minutos de algunos de estos narradores, sujetos creativos que fueron capaces de crean monstruos narrativos.

La escritura y la memoria literaria se convierten en otro sendero que da dirección al libro, en el cuento ‘Día de tregua’ “la vida de Jorge Luis no sólo ha consistido en leer, sino en compartir esa pasión de ese espacio en el que uno enuncia la generosidad de ser otro, el que funge como un caudal de las otras voces. En cierta manera, se trata de convertirse en una biblioteca de espíritus”.

Por su parte, el relato que presta atención a Antonio Tabucchi, ‘Piazza di Bacci’, nos coloca en la mirada íntima del escritor que muestra uno de sus libros memorables: Sostiene Pereira, “Él piensa que, junto a las fotos de su familia, escribió a mano la historia del anciano periodista Pereira, alguien con predilección por las esquelas. Cuando terminó el libro supo que no todas las historias de periodistas son ridículas”.

¿Qué sería algo que pudo haber sido perturbador para J. D. Salinger? Probablemente se preguntó Federico Vite al empezar el cuento que retrata al autor de El guardián entre el centeno. ‘¿A dónde van los patos cuando se congela el lago?’ esta pregunta que sirve como título, en realidad era la duda que intrigaba al protagonista del famoso libro del escritor recluso. “Piensa en las palabras que Mark David Chapman dedicó al mundo después de que fue sentenciado por el asesinato de John Lennon. Porque Chapman habló, pero no eran sus ideas, declamó parte de El guardián entre el centeno”. Y es acá cuando uno agradece la decisión del narrador elegido por narrador radicado en Acapulco, ya que nos permite acercarnos a los pensamientos y preocupaciones del escritor en las últimas horas de vida.

Cuando estos personajes se aproximan a su destino atroz, son las mujeres, sus esposas o parejas, las que estuvieron ahí para sostenerlos en los últimos minutos, incluso cuando la despedida, como la de Colleen, esposa de Salinger, tiene un remitente distinto, “Aunque está hablando para Janet (amiga), tiene la imagen de Oona O’Neil en la mente…se aleja de esa persona que tiene al frente (Colleen)”. Hay despedidas con mayor grado de complicidad como la de María Kodama y el autor de El aleph, cito una breve escena:

“El poeta estira la mano para recibir el tacto cálido de su esposa. Acaricia los femeninos dedos delgados, la suave palma y las líneas de la mano. Acostumbrado a trabajar más que con libros, con voces finalmente, teme oír sus pensamientos. Se concentra en la piel de su esposa.”

La literatura debe incluir una postura crítica de la vida: Federico Vite

El tacto, la delicadeza del tacto en un poeta, ciego a punto de morir, nos permite esbozar el suspiro final del autor de Ficciones.

Pero decía en un principio que el libro de Vite probablemente tenga una familia perdida, ahora pienso en Agenda del suicidio de Pablo Rafael, donde se muestra un repertorio de escritores que vuelven a morir a manos de su autor, ya que ahora son seres de ficción. Y esta idea me permite hilar una relación con la muerte que Vite nos presenta desde la agonía, la paz, el recuerdo, el tacto, en cada una de sus historias: el acto ínfimo de escribir hasta la superioridad de dejar de existir. En el cuento sobre Hemingway podemos encontrar la siguiente cita:

“Creía que los hombres estaban hechos de batallas, diseñados para el combate. No había manera de renunciar a lo salvaje con elegancia. No. Se dejó caer en el sillón. Sujeto la escopeta”.

Algunos otros, como Poe, decidieron emprender ese viaje de finitud corporal para ir en busca de alguien que se les adelantó, “El frío hizo más dramático el desplazamiento del cielo. Iba en busca de su esposa, Virginia Eliza Clemm, muerta hace algunos años por tuberculosis”.

Luego de leer este libro, de repasar en pocas páginas la idea de la muerte, uno queda con la sensación de haber transitado por un cementerio infinito de palabras, el cual sirve como un reposo para la imaginación. Como un ave fénix, Últimos días terrenales, renace y se distingue de otros libros de cuento mexicanos y debe convertirse en un imprescindible de cualquiera que le guste la lectura, las correspondencias entre la vida, la escritura y la muerte, lección narrativa para los que seguimos los pasos de la literatura, aquellos que sabemos que escribir es morir en pequeñas dosis, por eso, un libro como éste en medio de un contexto donde el género del cuento intenta como equilibrista mantenerse en una superficie que hasta hace pocos años sólo pertenecía a la novela, me parece, es un gran acierto.

 

 

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