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ELEMENTOS DEL DESASTRE | El músico en la encrucijada del diablo

En COLUMNAS Yussel Dardón

La leyenda de Robert Johnson, uno de los pilares de blues que le “brindó” su alma al diablo para ser el mejor guitarrista del mundo es quizá una de mis favoritas de la historia de la música.

Es esta historia la que se cuenta el Devil at the Crossroads, documental de Brian Oakes que pertenece a la serie ReMastered de Netflix, y que mezcla animación con entrevistas frente a cámara y audios originales.

En el filme se nos muestra de forma dinámica la historia de Johnson, miembro distinguido del “Club de los 27” que con la tragedia y el infortunio como detonadores crea su leyenda primero en las esquina y luego en bares, acompañado de su guitarra de seis cuerdas, algo que por la época era difícil de ver y entender.

“Tocaba como si fueran dos hombres a la vez”, se explica en el documental que nos adentra poco a poco en la vida de Johnson. Sin embargo, no siempre fue así de bueno. Al principio aseguran fue un guitarrista de básico a malo, tanto que se burlaban de él en los lugares donde tocaba.

Entonces pasó: un día cansado del desprestigio que lo acompañaba se fue, se “perdió” durante un año sin que nadie supiera de él.

Y la leyenda inicia: Dicen que acudió a la encrucijada de Misisipi a ofrendar su alma al demonio. Ahí, en ese lugar Belcebú afinó la guitarra. Al volver tras su “viaje” Johnson era otro, era un músico habilidoso con la mirada y el talento del diablo mismo.

Así fue como enalteció su leyenda, esa que dice que era pleno de mujeres y wiski, blues y soberbia. Fue ésta última la que lo llevó a morir envenenado. “Aullaba como lobo”, dicen al tiempo de deslizar la idea de que ese fue el precio que le cobró el diablo tras su pacto.

A lo largo de Devil at the Crossroads vemos a Keith Richards, Keb ‘Mo, Taj Mahal y Bonnie Raitt, entre otros músicos reconocer la influencia que les significó el trabajo de Johnson, un blusero que pese a permanecer muchos años en el olvido encontró la forma de darse a conocer.

Algunos dirán que el diablo le echó la mano, y yo no soy nadie para negarlo.

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