Fotografía: Daniel Casas / EsImagen

Aprender a escuchar

En ESPECIALES Alejandro Badillo

Ningún maestro espera ser atacado por un alumno durante una clase. Nadie está capacitado para lidiar con una situación límite rodeado de una treintena de adolescentes. La situación es más compleja cuando la agresión sucede sin un motivo aparente. Quizás un primer sentimiento que compartimos quienes vivimos de cerca lo que aconteció el pasado jueves 10 de marzo en la Prepa UPAEP plantel Santiago fue incredulidad. Después, intentamos hacer un diagnóstico imposible. ¿En qué fallamos? ¿Por qué ocurrió? ¿Por qué un estudiante de 15 años ataca a un maestro? ¿Qué hay en su biografía o un su comportamiento que nadie pudo ver y que no dio una señal de alarma, al menos durante la jornada escolar? ¿Qué elementos coincidieron para que el alumno colapsara?

Si bien no hay una respuesta sencilla a estas preguntas, sí se puede hacer una línea de tiempo, una reconstrucción de lo que hemos atestiguado los maestros de unos años a la fecha: cada vez hay reportes de estudiantes con problemas emocionales. Se repiten las historias de ansiedad, depresión, déficit de atención, entre muchas otras. Los maestros, más allá de los especialistas, nos hemos tenido que convertir en psicólogos improvisados. Quizás, lo más que podemos hacer, lo más asertivo, es escuchar. Eso ocurrió cuando, por primera vez en la preparatoria, los alumnos se organizaron, se vistieron de negro y se sentaron en el patio. Ahí, lentamente, al inicio quizás con miedo, aparecieron los testimonios valientes y las inquietudes que habían permanecido ocultas durante mucho tiempo. Durante poco más de dos horas escuchamos los saldos de muchos estudiantes que, a pesar de sus circunstancias, intentan adaptarse a un sistema que los ha llevado al límite. Es, por supuesto, la pandemia, el encierro de dos años, las muertes de sus seres queridos, el miedo al futuro; pero también son ciertas estructuras escolares que se han vuelto cada vez menos empáticas con sus necesidades como personas y se han enfocado en la obtención de resultados. Se presumen notas y se espera una productividad mayor todos los años. La escuela se ha convertido en una especie de fábrica, una línea de montaje en la que todo está predeterminado: escoge una carrera, participa en decenas de actividades que fueron diseñadas por nosotros porque, por supuesto, sabemos qué es lo que te gusta, cómo te diviertes, a pesar de que no compartamos tu realidad y vivamos en una burbuja muy diferente. Irónicamente, ponemos al estudiante, siempre, como el centro del universo educativo, el beneficiario de todas las bondades del sistema del que participa, el dueño de su historia o el protagonista de su éxito. Sin embargo, es el que menos poder de decisión tiene, el que obedece y el que tiene que aceptar cualquier cantidad de contradicciones que, lamentablemente, serán la constante de su vida como adulto.

¿Qué fue lo que llevó al estudiante a atacar al maestro? Cada quién lidia con el estrés y los problemas emocionales de forma diferente. Vivimos en una sociedad burnout; nos consumimos pensando que estamos haciendo lo correcto y, por eso, no nos quejamos. Soportamos agresiones porque nos dicen que “eso forja el carácter”. Trabajamos el doble porque eso nos destaca de entre los demás. Los maestros nos quemamos en silencio cuando no tenemos tiempo para preparar clases y, aun así, intentamos dejar algo valioso en el aula; pero también nos quemamos cuando llevamos a los alumnos a situaciones de estrés inaguantable porque nosotros las soportamos y les enseñamos que así será su futuro. Cuando explota algo en este sistema a punto del derrumbe siempre nos inventamos algo: vivimos en una sociedad que le gusta parchar los problemas para no modificar un hábitat que se ha vuelto cada vez más agresivo. La enseñanza de los alumnos sentados en el patio, vestidos de negro, con sus pancartas, soportando y combatiendo la desinformación criminal que difundieron algunos medios, fue la de la solidaridad y el diálogo. Se condenó el linchamiento al alumno y se plantearon ideas para salir del problema, ideas que surgieron de los de abajo, del sector que nunca es consultado porque se piensa que es demasiado joven e inexperto, demasiado volátil y otros prejuicios que tenemos de los adolescentes de preparatoria y jóvenes de la universidad. La serenidad y el camino que, a partir del jueves 10 de marzo, tomen las vidas de mis alumnos –ese golpe de realidad para todos–, será el mejor homenaje al compañero de segundo semestre que se vino abajo por un momento, extraño de sí mismo y del mundo que lo llevó, por un momento, al colapso. Él, como nosotros, intenta explicarse qué sucedió, cómo llegamos a este punto sin tener la certeza de llegar a una respuesta. Las soluciones, es cierto, nunca llegan de un día para otro, pero se pueden dar pequeños pasos en una dirección diferente: quizás una primera decisión importante sería llevar el discurso a la realidad y, efectivamente, poner al estudiante en el centro del sistema escolar. Hay que construir la escuela de forma colectiva y no a través de una jerarquía vertical. Si queremos transformar el mundo, tenemos que evitar lo que vemos afuera de las aulas y que está llevando a la sociedad a crisis cada vez más peligrosas. Escuchar a los estudiantes nos puede ayudar a salir de nuestra realidad y, desde la empatía, ayudarlos a cambiar un sistema inmóvil, poco flexible y sordo a sus inquietudes.

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