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“La sombra del desierto”, la resistencia de la etnia Tohono O’odham

En NACIONAL Magdiel Olano

PUEBLA, MÉXICO.- La tribu indígena Tohono O’odham habita en una zona desértica entre México y Estados Unidos, es una etnia que además de resistir a la desaparición de sus raíces y tradiciones orales, en los últimos años enfrentó una lucha para evitar que su territorio se viera dividido a causa de políticas migratorias estadounidenses.

Esta resistencia por evitar que su libre circulación por el desierto se viera afectada, es la que el cineasta mexicano Juan Manuel Sepúlveda retrató en el largometraje documental La sombra del desierto o El paraíso perdido, un filme que se estrenará el próximo 3 de diciembre a las 19:00 horas en la Cinemateca “Luis Buñuel” de la Casa de Cultura, con entrada libre.

Y es que hay que recordar que en 2017 el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció la construcción de un muro fronterizo entre México y el vecino país del norte con la promesa de detener la entrada de indocumentados.

No obstante, ello afectaría la zona entre el estado mexicano de Sonora y el estadounidense de Arizona, un territorio que en el pasado perteneció a México pero quedó dividido tras la guerra de 1847 con Estados Unidos, aunque los Tohono O’odham la transitan libremente gracias a un acuerdo binacional y que las nuevas intenciones norteamericanas estarían transgrediendo.

Como explicó el director en entrevista con LEVIATÁN, la idea surgió tras filmar una de sus primeras obras sobre migración La frontera infinita (2006), donde narró el transitar de centroamericano y mexicanos en su recorrido desde Honduras hasta  la frontera con EEUU. Tras ello, decidió regresar a recuperar la historia del pueblo Tohono O’odham.

De acuerdo con registro Intercensal del INEGI al 2015, el número de pobladores en este territorio ascendió a unos 500 en territorio mexicano y casi 30 mil en territorio estadounidense, mientras que su lengua se registra en muy alto peligro de extinción.

La película, sigue el camino de un éxodo de migrantes en espera de atravesar el Desierto de Altamar rumbo a los EEUU, mientras los últimos nativos del desierto sobreviven a una diáspora que los ha puesto al borde de su desvanecimiento. En ese sentido, continuó el director, la obra por un lado celebra la libertad de esta etnia por ejercer su libertad del nomadismo paseándose por el desierto, y por otro lado retrata los nuevos nómadas que son los migrantes centroamericanos y mexicanos que alcanzan el desierto tratando de alcanzar el sueño americano.

“Esa resistencia y esa migrancia me hizo ir hasta allá y plantearle a la comunidad la posibilidad de hacer una película, y la comunidad me recibió con los brazos abiertos (…). Me di cuenta que independientemente de qué tan alto era el muro y toda la cuestión de la migración, lo realmente interesante y valioso a la hora de retratar esta comunidad era su cotidiano, porque ellos diariamente recorren ese desierto y lo reivindican como un espacio de libertad”.

Fotografía: Especial

¿Qué tan complejo fue retratar esta resistencia de los Tohono O’odham?

A nadie le gusta que le anden delimitando su pueblo, que le pongan una barda cuando los Tohono O’odham son una etnia binacional, los mexicanos que nacen ahí tienen el derecho de vivir y meterse en la reserva del territorio de Arizona (EEUU). A nadie le gusta que de repente le digan “a partir de mañana ya no vas a poder ir a ver a tus tíos o abuelos que viven al otro lado de la frontera porque estoy restringiendo tu paso debido a cuestiones geopolíticas que no te incumben”. Creo que esta resistencia es sintomática de todas las culturas a las que no les gusta que los desplacen, no les gusta que les digan “hasta aquí ya no puedes pasar”. Es una resistencia de hace muchísimo tiempo (…), una resistencia múltiple y milenaria.

Se toca un tema importante que es la transgresión a los derechos humanos indígenas, de los pobladores originarios. ¿Cómo resolviste abordar esta circunstancia?

Yo me concentro en retratar el cotidiano de un pueblo que me invita a conocer, ver y descubrir ciertos lugares, personas, emociones; entonces, cada vez estoy más al servicio no sólo de mis ideas sino de las ideas de los otros. Creo que más allá de retratar deliberadamente una resistencia, la filmación del cotidiano de esa comunidad ya te está hablando de esa resistencia (porque) su vida diaria está llena de luchas: desde ir a buscar la leña para el fuego hasta seguir danzando para que caiga la lluvia, o manifestándose públicamente para que se detenga la construcción del muro. Es múltiple y muy variado y no sé reduce simplemente a la esfera de lo público.

Decías que el desierto te atrapó porque te invitó a conocer más sobre él. ¿Cómo describirías al desierto?

Qué pregunta tan más compleja porque finalmente si hay algo complejo en este mundo es el desierto, este territorio del absoluto vacío pero al mismo tiempo de la absoluta plenitud; este territorio de ausencia pero plagado de presencias. Lo defino como este territorio que tiene dos rostros muy opuestos: por un lado de carácter sombrío, tétrico, terrible, letal, que mata a miles de personas –aunque bueno, el desierto no las mata, las matan políticas estúpidas que restringen el flujo humano–; y por otro lado esta sombra que cubre, que te permite no morir de insolación, donde juegan los niños. Entonces, es territorio de muchos contrastes donde creo que el ser alcanza su plena manifestación o esencia.

La película incluye en su título la frase “el paraíso perdido”, ¿por qué?

Al final de la película empecé a relacionarme con el libro de John Milton El paraíso perdido, me di cuenta que tenía una relación inmediata con lo que estaba haciendo, entonces decidí involucrar a Milton y aparecen varios de sus versos (en la película) para ir hilvanando ambos universos que fue complicado juntar al inicio. Al final el subtítulo terminó siendo El paraíso perdido porque, en efecto, el desierto se vuelve este territorio en el que tú estás a la expectativa de recuperar ese paraíso del que fuiste expulsado.

¿Cómo conectaste la migración con la historia de los habitantes del desierto?

El exilio que se da en Centroamérica y México es muy similar en ambas, están dadas por un tema económico y de violencia. Las condiciones de violencia de la Montaña de Guerrero no son muy distintas a los cuerpos de violencia de un barrio de Honduras, la mayoría de las razones por la que están migrando es o porque las amenazaron o porque ya no les alcanza para vivir. Hay una vinculación muy cercana entre ambas fuerzas migratorias que se consideran iguales. Los motivos son los mismos y la finalidad es la misma: buscar una mejor condición de vida.

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Desde tu experiencia cercana con las caravanas migrantes, ¿qué perspectiva tienes de las políticas públicas que debieran implementarse para, al menos, no transgredir los derechos de los otros?

Eso ya le corresponde más a un politólogo, pero yo creo que tendríamos que parar este discurso que criminaliza la migración, no sólo porque es estúpido, inhumano e injusto sino además porque México expulsa al menos un millón de personas al año que están tratando de buscarse la vida en otro lado. ¿Cómo puedes mantener una política tan restrictiva y criminalizante de la migración cuando un grueso muy grande de tu población se está yendo?

Creo que tendríamos que empezar por un lado el gobierno dejando de hacer estas tonterías, y por el otro las ciudadanas y los ciudadanos demandar al Estado que ya pare, que México se ha beneficiado toda la vida de múltiples exilios.  Si algo somos es una diversidad absoluta entre migraciones no sólo de otros países sino sobre todo internas de pueblos diversos que durante siglos se han estado mezclando y moviendo; entonces, ¿por qué de pronto nos da por adaptar políticas de la inmovilidad y de la criminalización?

¿Qué te gustaría dejar la audiencia con está producción?

Una nueva forma de ver el fenómeno migratorio, que no pase por la criminalización ni tampoco por la victimización, una nueva manera de relacionarse sobre el flujo y el tránsito por el que atraviesan cientos de miles en búsqueda de una mejor condición de vida.

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