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Contra un monstruo de mil cabezas

En ESPECIALES Roberto Abad

“La invisibilidad de las escritoras es una condición que afecta no sólo a los personajes de las novelas [o de los cuentos], sino a las autoras mismas”, dice Ursula K. Le Guin en el ensayo “La hija de la pescadora”. Esta frase, que condensa la fuerza de ese texto, dialoga directamente con Sacrificios humanos (Páginas de Espuma, 2021), de María Fernanda Ampuero.

En este, su segundo libro de relatos, igual que en el anterior –Pelea de gallos, una revelación celebrada de forma unánime–, la autora ecuatoriana parte de una consciencia aguda sobre lo que significa escribir para visibilizar, escribir para romper las normas establecidas por un canon literario patriarcal. En este sentido, los 12 relatos avanzan a la par con las emergencias sociales del presente, mostrando los alcances políticos que tiene el género del cuento y buscando cierta reivindicación tanto en la escritura como en las tramas.

Es revelador, por ejemplo, que las y los protagonistas se encuentren en condiciones de vulnerabilidad que parecen innegociables. Como puede ser una mujer emigrante sin papeles que se dedica a escribir y encuentra una oferta sospechosa (“Biografía”), una adolescente de piel morena y robusta que se cuestiona la naturaleza de su físico (“Hermanita”), o un muchacho que sufre violencia de género por su propia familia y su único refugio es el cuidado de un bebé posiblemente enfermo, el único que no lo juzga (“Freaks”).

La idea del sacrificio humano en estas historias no recurre a ninguna deidad ni a ningún ritual o ceremonia, sin embargo, sí existe la entrega del cuerpo a un ente que se apodera de las ideológicas y encarna en representaciones de poder, abuso, imposición y violencia. Ese ente tiene diversos nombres, pero todos sabemos que es uno solo, aunque se desprendan de él mil cabezas. Contra eso luchan los cuentos de Ampuero.

Pero además existe una postura evidente en hacer que los personajes reconozcan esos contextos de violencias, y en algunos casos, que asimilen la existencia de un lado opuesto: “La abuela de mamá trabajaba en su campito. Esa era su fortuna, tenía gallinas, algunas ovejas, la yegua (…). Mamá se había asignado ciertas labores: iba a comprar el pescado que, de tan fresco, venía dando coletazos en la malla (…). Era un mundo autosuficiente, un mundo sin miedo, un mundo feliz” (p. 52), un mundo sin figuras patriarcales, se puede intuir.

La reivindicación llega de diferentes formas. A veces como venganza, a veces con la toma de decisiones propias respecto al cuerpo. Y en otras, con una apuesta narrativa que contrasta los preceptos cuentísticos tradicionales. “Freaks”, el último relato, cumple con este rasgo: “Agarrar la mano de mamá con miedo. Bajar los ojos ante la mirada del cabezón. Volver a subirlos para encontrarlo llorando, extendiendo los bracitos ala gente que lo mira. Controlar la arcada…” (p. 138). La anomalía inicia en la escritura de un relato contado con verbos infinitivos, necesariamente incómodo, y luego se traslada a los giros dramáticos, que son una especie de despertar de la realidad oscura a la que se enfrentan los personajes.

La literatura de Ampuero (Guayaquil, 1976) es, a mi parecer, una muestra clara de cómo los feminismos y sus diferentes manifestaciones están removiendo los valores estéticos de la brevedad. Es una puerta a un tipo de obra que se introduce al núcleo de las desigualdades latinoamericanas, que expone abiertamente quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios. Los cuentos de Sacrificios humanos, merecedores del XLIII premio “Tigre Juan”, funcionan como mapas de las injusticias que impactan en el horror físico, y, al mismo tiempo, regresando a las palabras de K. Le Guin, se vuelven una respuesta a los siglos de invisibilización de la escritura hecha por mujeres.

  • Roberto Abad (Cuernavaca, 1988), escritor y músico, autor de Orquesta primitiva (Tierra Adentro, 2015) y Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020). 

 

 

 

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