Fotografía: José Luis Prado

“Extranjero siempre. Crónicas nómadas” de Leonardo Tarifeño

En COLUMNAS José Luis Prado

El libro se puede conseguir en Librería Caligari, ubicada en 9 Sur, 108 colonia Centro.

“A narrar no se aprende en la universidad. La narración es un saber general, que se ejercita desde la infancia. Contar historias es una de las prácticas más estables de la vida social”, con esta idea lapidaria de Ricardo Piglia intentaré aproximarme al libro Extranjero siempre. Crónicas nómadas (Producciones El Salario del Miedo, 2013) de su coterráneo Leonardo Tarifeño.

Al leer este libro se nos presenta la máxima de que un buen relato debe interesar no sólo a quien cuenta, sino al que escucha, así que estas crónicas no sólo presentan la experiencia, todo lo contrario, son capaces de transmitirla.  Quizá una de las formas de este género se encuentra en el periodismo narrativo, en la que el periodista forma parte de la historia.

En el taller “La mirada extrema”, impartido por Martín Caparrós, organizado por la Fundación Gabriel García Márquez, el narrador argentino definió a la crónica como “un intento de contar algo en vez de dar cuenta de ello. Es pasar de la descripción anodina al relato”. Este género, que se encuentra a caballo entre el periodismo y la literatura, combina el olfato de un reportero con la sensibilidad de un narrador; en un sentido: el cronista le presta su mirada al lector. El también cronista mexicano, Juan Villoro, ha llamado a este género el ornitorrinco de la literatura, apelando a que éste se pasea por el mar, la tierra y el aire.

El libro del cronista que nos ocupa sabe de estas cualidades del género y pareciera tomar el lugar de sus personajes o entrevistados para narrar un fragmento de su vida. En las crónicas de Tarifeño vemos la figura de un nómada que se adapta a las situaciones que se le presentan para poder contar historias; nos recuerda en cada una de ellas la esencia misma del arte de viajar. De tal suerte que durante estas páginas podemos acompañar al viajero por algunas ciudades como Río de Janeiro, Ciudad de México, Budapest, Barcelona o La Pampa argentina.

Decía, algunas líneas más arriba, que una característica es que Tarifeño ocupa el lugar de sus personajes, así podemos verlo ingresar a una clínica para alcohólicos y drogadictos y, desde esa posición, narrar buena parte del alma humana; en ‘La ruta del peyote’ decide realizar el ritual de este cactus en Real de Catorce y en ese trayecto conocer aquello que lo define en este mundo; en la crónica ‘De cadenero en el Rioma’ el argentino pone en una balanza el racismo que se vive en México; la traición parece un ingrediente letal para contar la historia ‘Sexo, mentiras y fantasías de una scort’; cerca del final, el libro cierra con una historia ‘Perdón se escribe con sangre’ en la que el cronista cuestiona su presencia en un rincón de un barrio de La Pampa, donde meses antes había sucedido el crimen de Carla Figueroa, con cierta pericia y reconocimiento del terreno, Tarifeño nos muestra distintas aristas que dan un asomo a la tristeza que aún recorre la calle principal de aquel pueblo arrumbado al sur del continente.

“Viajar, perder países”, esa frase que Enrique Vila-Matas atribuye a Fernando Pessoa y que, sin embargo, ahora es incapaz de encontrar en los libros del autor luso, bien podría agregarse a Leonardo Tarifeño en este libro donde la mirada que nos presta es la de un extranjero todo el tiempo, vemos en él cómo poco a poco se va despojando de personalidades y países para entrar en otro papel y otro espacio, pero sin olvidar la mirada puntillosa de aquel que observa con detenimiento y sin olvidar el pacto que tiene la crónica con la verdad. El autor sabe pensar con imágenes y en ellas podemos ingresar a un plano más profundo que nos es revelado por el tono y el color de cada una de estas historias.

 

 

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