PUEBLA, MÉXICO.- La Casa de las Flores es una serie de humor negro a la mexicana, llena de elementos gráficos que parecen sacados del ojo de Almodóvar; con historias de amor imperfecto, engaños, mentiras, dobles o hasta triples personalidades; depresión, infidelidades pero con el sazón único de la creatividad latina.
Manolo Caro, director de la serie, tiene una obsesión teje de manera única la narración sonora de cada escena fundamental para su historia. La suma de estos elementos se ha convertido en el éxito absoluto de esta nueva producción de Netflix.
Sumemos un factor más: el regreso de Verónica Castro, una diva de la televisión mexicana a la que años antes parecía impensable verla fumar marihuana de forma recurrente transformada en Virginia, la jefa de una florería de tradición en Las Lomas.
La creatividad no para con esa suma de elementos, por lo que se convierte en un aliado que fortalece este nuevo éxito, y es que en México se disfruta conocer las tragedias familiares de los llamados “acomodados”, estos personajes hasta cierto punto, inalcanzables por su posición económica.
Esta “casa” ya se ha ganado el respeto de la crítica, y parece que muy pocos olvidarán el acento de Cecilia Suárez, el cual quizá la marcará en su carrera.
La Casa de las Flores es una comedia fresca, irreverente, sexual y que aprovecha perfectamente los elementos tecnológicos para realizar una nueva mirada de los productos mexicanos.
EL REMATE
¿Por qué las series mexicanas, hasta las más trágicas contienen comedia? La respuesta es simple: en este país nos reímos de todos los sucesos, desde los más curiosos hasta los más trágicos. No imagino una historia mexicana sin comedia; sería como un taco sin limón: no tendría sentido.
La comedia es ese elemento que evita que la audiencia deje de seguir la secuencia. Los mexicanos somos muy exigentes pero irreverentes cuando se trata de contenidos.
