Fotografía: Justo Hernández

Luis Jorge Boone y el pozo en el que perdimos algo de humanidad

En ENTREVISTA Yussel Dardón

PUEBLA, MÉXICO.- Existe la rabia, luego la muerte, el dolor y la ausencia. Existen los gritos ahogados, el salto, la no caída, la espiral por la que se fuga la mortalidad. Existe un lugar que es todos los lugares y a la vez ninguno.

Es en Toda la soledad del centro de la Tierra, novela de Luis Jorge Boone (Coahuila, 1977) que se nos presenta ese no sitio donde un niño intenta reconstruir su territorio a fuerza de memoria, de coraje y esperanza, una posibilidad que se extingue a lo largo de la lectura. El rito de paso se transforma en caída porque “no hay a dónde ir, deveras, porque no estás en ningún lado. Te sacaron del mundo. O tal vez te metieron tan dentro del mundo que dejaste de estar en cualquier parte”.

La novela se compone de relatos que bien podrían funcionar como cuentos separados pero que aquí cierran la pinza dramática, así como de fragmentos que recuerdan a los coros griegos donde el pueblo encuentra una voz -que en este caso se presenta como memoria colectiva que se suspende y habla desde la ausencia-, pero también de versos pertenecientes a un canto que cobija la  historia.

Fotografía: Justo Hernández

VERSAR PARA NARRAR

En entrevista para LEVIATÁN, Luis Jorge Boone confiesa que para él la poesía es también “un vehículo de narración, una posibilidad más de narrar”.

Y es que la historia en voz del narrador, un niño de nueve años, casi diez, aunque siempre le dicen que parece de ocho, “tiene una pureza, una ligereza. Era muy pesado escribir esta historia tan cruda”, por lo que asegura era necesario un quiebre, una suspensión de esa voz que hablara desde otro lugar, de otra forma.

“El verso es generoso con el silencio. Se detiene. Cada palabra tiene una pausa pero también se puede desbordar. Apuntaba a contar cosas tan densas, tan fuertes y crudas, tan desmoralizantes que me pareció que el verso era una buena manera de aligerar el tono, darle equilibro y correspondencia con el niño para se pudiera transitar por la novela.”

En Toda la soledad del centro de la Tierra el pozo es metáfora de la muerte, de la desaparición, un recordatorio del profundo dolor que dejan las ausencias.

“Imaginaba que el pozo estaba maldito y que todos sobrevivían, pero que cada caída terminaba en un lugar diferente, todos igual de amarrados a la noche debajo de la tierra. No volvían a ver a nadie, nadie los volvía a ver nunca. Invisibles para el mundo, para las personas con quienes habían compartido su vida, toda o en pedazos, y de las que le habían sido desconocidas y de ahora en adelante lo serían ya para siempre, para el resto del tiempo”, dice el narrador.

En la región de Coahuila, acusa Boone, existen pozos que eran y que aún son utilizados para “borrar” personas. El narrador, dice, se va explicando lo que sucede desde un evento mágico hasta que descubre lo atroz de la palabra “desaparecer”, que apunta a la invisibilización del cuerpo y la presencia.

ALLENDE, METÁFORA DEL MÉXICO CONTEMPORÁNEO

Toda la soledad del centro de la Tierra recuerda lo sucedido en marzo de 2011 en Allende, municipio de Coahuila, cuando la violencia desatada por el cártel de Los Zetas y la venganza de sus líderes Miguel y Omar Treviño provocó la desaparición de al menos 300 personas, según consta en versiones periodísticas.

“La novela me llegó por lo de Allende. Después los estragos que dejó esa masacre de la que no supimos nada durante años, de la que no hubo repercusiones y que poco a poco se van descubriendo cosas, se va hablando de ellos y ya se pueden emitir juicios”, señala Boone quien afirma que la novela también es México, esos lugares donde el crimen organizado le cambia el rostro a los pueblos, “voy a hablar de lo que conozco pero voy deslocalizar el sitio para que sea un reflejo de muchas otras cosas”.

HASTA DONDE LA ESCRITURA LLEVE

En cuanto al proceso de escritura de la novela, Boone confiesa que se tardó un año y medio en rachas de una semana, o de quince días de avanzar poco, “u otras jornadas de trabajar todo el día, corrigiendo, volviendo a pensar. Mi primera novela (Las afueras, ERA/UNAM, 2011) la escribí seis años, entonces me dije que ya no me podía tardar lo mismo”-

Al asegurar que en el trabajo de la ficción no cuenta nada más cuánto estés concentrado sino cuánto estés abierto, recibiendo lo que cae, dándole vueltas, olvidando y hasta torciendo el camino de lo que se quería, precisa que “las rachas de escritura son breves, pero son la materialización de un proceso que lleva en la cabeza por mucho tiempo”.

Luis Jorge Boone, quien además es autor de poemarios y libros de cuento, precisa que para él la novela es un territorio de experimentación, que los libros que le gustan son esos “donde no sabes dónde estás, cuando pierdes los géneros pero avanzas porque la escritura te lleva hasta allá (…) A mí me gusta darle al lector cosas que no estaba esperando, aquello que yo estaba preparando para él y que no sabe que puede querer”.

Y sin duda Toda la soledad del centro de la Tierra es ese territorio de experimentación donde “Los que no saben dónde está alguien a quien quieren (…) se van borrando, como si desaparecer fuera la forma que han encontrado para reunirse con esos que perdieron”.

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