Fotografía: Avigaí Silva / GPJ México

Un pueblo cambia el narcotráfico por el turismo

En ESPECIALES Avigaí Silva
  • Esta remota comunidad montañosa ofrece imponentes vistas, nuevas atracciones y una historia de la que intenta escapar

LLANOS DE TEPOXTEPEC, MÉXICO.- Durante toda la infancia de Alejandro Solano González, los campos de este pueblo de montaña amanecían cubiertos de amapolas rojas y rosas tres veces al año. Dentro de cada flor se encontraba una vaina de semillas llena de una sustancia viscosa que los agricultores drenaban, empaquetaban y vendían. Ese ingrediente era goma de opio, la base de la heroína.

Sin él, sería probable que esta comunidad de 163 personas no existiera. “Nos tachan de malos, de violentos, pero tenemos que subsistir”, señala Solano.

Solano, de 41 años, dice que su familia no sembraba amapola. De joven, se fue de Llanos de Tepoxtepec para estudiar ingeniería civil, pero su esposa y sus hijos se quedaron. No quería seguir viajando, pero no había otra forma de ganarse la vida. El poblado se encuentra aproximadamente a una hora de Chilpancingo de los Bravo, la capital del estado de Guerrero, en el suroeste del país. El camino hacia el pueblo es de terracería. Si alguien tiene que hacer una llamada telefónica… ¡buena suerte! Sin embargo, el bosque es espectacular: pinos, cedros y encinos desprenden aire fresco. Por este motivo, los Solano decidieron agradar a la hastiada población del pueblo con un restaurante y cabañas de hospedaje.

Por años, ha sido complicado que las comunidades mexicanas dedicadas a los cultivos ilícitos imaginen un futuro que no dependa de la amapola. Muchas conversaciones se han enfocado en si el gobierno debe legalizarla para uso medicinal o subsidiar el reemplazo de los cultivos. Si los Solano lograran atraer turistas, podrían ofrecer una nueva ruta: rediseñar el propósito de un pueblo.

Desde la década de 1940, la amapola mexicana ha sido el sostén del consumo de heroína en Estados Unidos, pero la producción aumentó aún más a comienzos de siglo. Una de las causas principales fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Según un estudio del Journal of Illicit Economies and Development (Revista sobre las economías ilícitas y el desarrollo), en alianza con la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Transnacional, una organización de la sociedad civil con sede en Ginebra, Suiza, el pacto comercial hizo que el maíz estadounidense de bajo costo llegara a México en cantidades exorbitantes. El frijol, la calabaza y el durazno no generaban dinero suficiente, sobre todo para sustentar a familias numerosas; pero la amapola sí.

Llegó el punto en el que México producía más del 90% de la heroína que se consumía en Estados Unidos, y se decía que Guerrero era el epicentro de la producción. En 2017, era el segundo estado más violento de México. Aunque las y los pobladores dicen que Llanos de Tepoxtepec no se encontraba en esta situación, no podían evitar ver a los compradores de amapola que merodeaban el pueblo armados.

“Mientras no haya inversión económica en las comunidades… el gobierno seguirá combatiendo el problema de la siembra de drogas”, dice Solano.

Solano conoció el ecoturismo, o la promoción del esplendor natural de un lugar, mientras trabajaba para el gobierno municipal. No tenía experiencia en restaurantes ni alojamientos, pero pensó que el pueblo podría ofrecer un respiro de la vida en la ciudad. En 2018, como presidente de la asociación civil local, obtuvo fondos federales para construir cabañas y un restaurante, que sirve platos típicos mexicanos, como el pozole.

Al principio, los Solano solo invitaban a parientes y amistades; la reputación del pueblo era demasiado espinosa como para atraer a más personas. Sin embargo, se fue corriendo la voz sobre su belleza. A mitad de la montaña, con aire fresco, a las afueras de la capital y con la vista de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl. En poco tiempo, atletas y ciclistas comenzaron a escabullirse por el bosque.

Hace poco, Laura Alejandra Caballero de la Concha y su familia pasaron un fin de semana en la aldea. “Al principio, me daba miedo ir, pero al estar ahí y conocer a la gente te das cuenta de que es un lugar muy seguro porque las personas te dan confianza”, dice la mujer de 50 años. Antes del viaje, sus amigos le habían hablado de la tranquilidad del pueblo y ella asegura que no le mintieron.

No pasó mucho tiempo antes de que la empresa de los Solano pareciera más viable que el tráfico de drogas. En los últimos años, muchos traficantes estadounidenses cambiaron la heroína por el fentanilo, un opioide sintético que es hasta 50 veces más potente. El precio de la amapola se desplomó. En otra aldea de Guerrero, según el estudio del Journal of Illicit Economies and Development, un kilo de pasta de amapola, que alguna vez costó al menos 20,000 pesos mexicanos ($1,000), en 2018 se vendía por un tercio de esa cantidad.

“Por primera vez en la historia moderna de México, las drogas naturales ilícitas han dejado de ser cultivos comercialmente rentables”, escribieron los investigadores.

LAS ALTERNATIVAS

Años antes, el Gobierno federal había presentado un programa para motivar a las comunidades forestales a encontrar alternativas económicas más sostenibles. Gracias al éxito de los Solano, en 2019, Llanos de Tepoxtepec presentó su propio proyecto ecoturístico. La aldea es un ejido, o terreno colectivo, lo que significa que quienes viven ahí se reparten las utilidades. Se le otorgaron casi 3 millones de pesos ($150,000) en el transcurso de cinco años, con la condición de que el proyecto no afectara el paisaje.

Los agricultores de amapola derriban árboles y queman los residuos de los cultivos, por lo que el ejido prohibió por completo la siembra de amapola. Se acordaron sanciones económicas para quienes incumplieran las reglas, e incluso el destierro de la comunidad, dice el comisariado ejidal, Laureano Mosso Guzmán. Aunque el precio de la amapola está aumentando de nuevo, dicen quienes residen en la aldea, nadie ha tenido que ser castigado. “Queremos dejarles un mejor futuro a nuestros hijos, lejos de los problemas, la violencia y la drogadicción”, explica Leonel Solano Flores, primo de Alejandro Solano González.

El año pasado, el ejido comenzó a promocionar los recorridos por las grutas, los paseos a caballo o en cuatrimoto y el campismo. A principios de este año, la gente local calculaba que cerca de 1,000 personas visitaban la aldea cada semana, lo que dio empleo a integrantes de la comunidad que habían migrado en busca de oportunidades laborales, pero que regresaron a casa durante la pandemia.

María Guadalupe Martínez Solano, de 22 años, trabajaba en un vivero en el Estado de México hasta que la pandemia hizo que bajaran sus ingresos, y su madre se enfermó. Ahora se dedica a vender artesanías en la calle principal de Llanos de Tepoxtepec. Otras personas artesanas venden floreros, percheros y bancas. “Me siento contenta porque tengo trabajo y estoy con mis papás”, dice Martínez, sobrina de Alejandro Solano González.

El éxito continuo del proyecto es muy incierto. Luis Federico Gutiérrez Garduño, funcionario de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, dice que en las últimas dos décadas, han fracasado al menos 30 proyectos ecoturísticos en el estado.

“Si no hay un espíritu comunitario para que el proyecto funcione, el proyecto se hunde y el ciclo de vida es tan corto como para que en un año se destruya todo, incluso el deseo de hacer el proyecto”, expresa Gutiérrez.

El ejido ya se ha enfrentado a diversos retos. A causa de la pandemia, el gobierno no pudo pagar parte del subsidio, situación que retrasó los planes de poner una tirolesa y aumentar los servicios para turistas. Un incendio reciente quemó una franja de bosque, lo que podría afectar la cantidad de los próximos pagos. Y los cierres por el coronavirus podrían significar menos gente cuando las playas de Guerrero vuelvan a abrirse. Sin embargo, Omar Solano Flores, concejero ejidal y hermano de Alejandro Solano González, dice que el pueblo está comprometido con el proyecto.

En una mañana reciente, la empresa ecoturística abrió al amanecer. Últimamente, Solano se encarga sobre todo de las tareas administrativas, mientras su esposa supervisa las cabañas y el restaurante. El personal de Solano prendió el fuego, lavó los platos y cocinó el pozole en una olla grande. Afuera, la gente se abrigaba con ropa térmica y observaba el resplandor del amanecer.

Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal

Avigaí Silva es reportera de Global Press Journal, radicada en el estado mexicano de Guerrero.

NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN

Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.

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