PUEBLA, MÉXICO.- Con sahumerio en mano para inundar de humo de copal el ambiente y acompañado por integrantes de comunidades de Huauchinango, Puebla, el especialista ritual nahua Domingo Barrido Lechuga encabezó el encendido de la ofrenda homenaje “Una flor para cada alma: 20 Pueblos, 4 rumbos” en el Patio Central de Palacio Nacional la tarde-noche de este primero de noviembre.
Dedicada a las víctimas de la pandemia a causa del covid-19 como parte de los tres días de luto nacional declarados por el gobierno de México, la conmemoración fue símbolo de la cosmovisión prehispánica que señala los rumbos del universo y el cual permaneció hasta nuestros días gracias a la tradición de los pueblos indígenas.
En la ceremonia nahua del encendido de velas se fueron prendiendo cada una de las 20 ofrendas montadas hacia los puntos cardinales, las cuales representan el alma de las zonas territoriales en las que se divide el país: oriente y costa del Golfo de México, norte y centro-norte, occidente y sur, sur-sureste.
Se dirigieron a cada uno de los altares dispuestos por representantes de diversas culturas, mientras de fondo se escuchaban los sonidos de la banda Brígido Santa María de Tlayacapan, la cual interpretó el himno “no oficial” oaxaqueño, Dios nunca muere, del compositor Macedonio Alcalá.
Las comunidades que levantaron su altar en el Patio Central de Palacio Nacional fuero los yoeme (yaqui), rarámuri (tarahumara), o’dam (tepehuano del sur), úza’ (chichimeca jonaz), me’phaa (tlapaneca), ñuu savi (mixteco), ben’zaa (zapoteco de los Valles Centrales), nnancue ñomndaa (amuzga), ayuujk (mixe), tojolwinik’otik (tojolabal), yokot’an (chontal), purépecha (tarasco), tzeltal, nahua de la Sierra Norte de Puebla, maya de Yucatán, mazateca, hñähñú (otomí), tének (huasteco), nahua de la Ciudad de México y tu’tunakú (totonaco), quienes mostraron los elementos imprescindibles de sus ofrendas de Día de Muertos.
Las velas, cuya flama es una guía para que las ánimas lleguen a sus hogares, fueron elaboradas por los artesanos Anselmo Pérez Guerrero, originario de Tepoztlán, Morelos; Víctor Clemente Olivo, de Axochiapan, Morelos, y Ramón Ramírez, oriundo de Salamanca, Guanajuato.
En tanto, el colorido papel picado estuvo a cargo de la artesana Yuridia Independencia Torres Alfaro, y los tapetes, conformados por aserrín, fueron hechos por Javier Servín, del taller familiar Tapete Servín, originario de Huamantla, Tlaxcala, un arte que ha perdurado por más de 150 años.