PUEBLA, MÉXICO.- El mundo, para Juan Tovar, era un sitio extraño donde los libros de cuentos fueron un gran consuelo, un escape de la realidad pero también un medio de explorarla y de indagar sus mecanismos.
El escritor y dramaturgo poblano fue merecedor de diversidad de reconocimientos por la calidad de su escritura, que ha sido considerada dramática y reveladora por contar las historia de los más importantes acontecimientos de México.
A pesar de ello, quien fue considerado uno de los autores más destacados de las letras contemporáneas de México, confesó en vida que en algún momento se sintió abrumado por la cantidad de cuentos que se le ocurrían, incluso más allá de la vigilia.
A propósito de su natalicio y de en ese entonces recién haber recibido la Medalla Bellas Artes (2018) por el INBA, el dramaturgo compartió un texto con esta reportera, que se replica un año después de su aniversario 77, como tituló su escrito, ahora como un reconocimiento póstumo a la gran labor que generó en el ámbito literario.
77
No deja de ser inconcebible esto de cumplir tantos años. Setenta y siete hace ya que a las cuatro de la madrugada de un día como hoy martes (aunque fuera jueves) llegué al mundo: un sitio extraño, no siempre grato, donde los libros de cuentos fueron un gran consuelo desde antes que supiera leer. Un escape de la realidad pero también, poco a poco, un medio de explorarla, de indagar sus mecanismos. En ese espíritu se escriben mis primeros cuentos publicados, que me ganan algunos premios y un lugar atípico, como a contracorriente, en la llamada literatura de la Onda, cuyo propósito central—en Agustín, Sáinz, García Saldaña—sería la expresión de la propia subjetividad más que ninguna indagación en los misterios del reino de lo real. El título de una reseña de mi tercer libro de relatos declara sucintamente el objetivo de mi larga búsqueda: “Tras la conciencia emocional. Notas sobre El lugar del corazón”, por Gerardo Cíper.
Abrumado por la cantidad de cuentos que se me ocurrían—incluso en sueños—decidí en algún momento contarlos todos a la vez. Una locura, ciertamente, y así salió: un libro bellamente escrito que sin embargo no se entendía, por lo que tuvo dificultades para publicarse. “Eso es canto, no cuento”, me reprochaba Juan Rulfo en el Centro Mexicano de Escritores, y estoy seguro de que a él se debe la errata que—en un fragmento aparecido en el boletín del Centro—convirtió mis “cómicos de la legua” en “cómicos de la lengua”. No le faltaba razón, pero de hecho Criatura de un día no hace otra cosa que contar; lo que pasa es que suele cambiar de cuento a media frase, sin previo aviso, y resulta fácil perder el hilo. Posteriormente ha seguido creciendo con la adición de cuentos trabajados aparte, de manera que la cuarta edición “ya se entiende, o al menos puede explicarse”, como escribí en “El día de la criatura”.
Pero me bastó dar por terminada la primera vuelta para sentir que me había quedado en blanco, libre de historias… y sin nada que escribir, hasta que me puse a retrabajar mi drama sobre el asesinato de Pancho Villa, iniciando una nueva etapa en mi carrera. Pude al fin escribir teatro con soltura, y la historia de México vino a ser un venero de temas. El Fondo de Cultura Económica publicó el año pasado el primer volumen de mi Teatro reunido, que reúne precisamente las obras nacidas de esa fuente y que sin duda tuvo que ver con la Medalla Bellas Artes que hace poco he recibido. Fue una gratísima sorpresa, y ojalá ayude a que el segundo volumen se edite pronto.
Juan Tovar