Fotografía: Especial

El qué pero también el cómo

En COLUMNAS Yussel Dardón

A golpe de vista la pregunta parece innecesaria, retórica: ¿por qué dedicarle la vida al periodismo? Quienes ejercen la profesión saben que en ella se gestan la curiosidad, la necesidad de mostrar lo que alguna vez se hizo oculto, por encontrar las palabras exactas, el ritmo adecuado, el enfoque ideal, por “decir” y después “desaparecer”.

De esto y un poco más (porque siempre que se habla de periodismo se habla de un poco más) se lee en Zona de obras (Anagrama, 2014), libro de Leila Guerriero donde transitan el oficio, la mirada, la ética, la forma y el fondo.

La reunión de artículos, ensayos y conferencias de la periodista nacida en Argentina es no sólo una prueba de la potencia narrativa con la que Leila entiende y ejerce el oficio, sino de la mirada exigente que pone en cada uno de los temas que aborda.

Uno de los puntos a destacar del libro de Guerriero, una de las grandes cronistas de América Latina, es que sitúa en el punto de vista creativo del periodismo, al que entiende como un todo sin camisa de fuerza, a un abrevadero de técnicas y estilos, estructuras y ejecuciones narrativas: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas”, afirma con un cuchillo entre los dientes.

En Zona de obras encontramos reflexiones que muchas veces ponen el dedo en la llaga del oficio al desmitificar, por ejemplo, la idea de que en la actualidad “todos somos periodistas” por el simple hecho de compartir información (un tuit, un streaming, una foto), lo que califica como un acto demagogo ya que es el equivalente a decir, por ejemplo, que todos podemos ser filósofos. “Después de todo, que yo sepa, para ser filósofo nunca hizo falta mucho más que un cerebro. Y sin embargo”.

Sin que sea un manual de escritura este libro ofrece consejos indirectos para entender los vaivenes del periodismo. Dudando de toda fórmula se muestra amigable pero estricto con quienes buscan contar historias, porque qué es el periodismo sino una forma de contar historias, con la única exigencia de no dejar de lado la verdad.

El mural que pinta Guerriero desde algunas de las trincheras más importantes del periodismo (El Malpensante de Colombia, El Mercurio de Chile, o el suplemento “Babelia” de El País, España) es también un elogio a la mirada, numen del periodismo que escribe y ejerce: “El periodismo narrativo se construye, más que sobre el arte de hacer preguntas, sobre el arte de mirar”.

Zona de obras es un libro necesario, un portento musical que encuentra en cada uno de los textos que lo componen la armonía narrativa que presenta de forma puntual el estilo de Leila Guerriero, quien abraza tanto a Ryszard Kapuscinski como a Ray Bradbury, a Susan Orlean como a Gustav Flaubert, a Rodolfo Walsh como a David Foster Wallace, y lo hace porque al fin y al cabo “éramos reyes destronados de un reino que no habíamos tenido nunca, adictos desquiciados de una droga sin dealer. Seguimos siendo. Salud”.

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