PUEBLA, MÉXICO.- Pese a que la noche del martes las autoridades municipales anunciaron el cierre del primer cuadro de la ciudad para evaluar los daños dejados por el temblor de 7.1 grados que impactó a la región centro del país, hubo quienes brincaron el cerco.
Unos por curiosidad, por interés de ver los edificios daños y registrar en sus teléfonos algunas imágenes de este momento que, tristemente, ya marcó la historia poblana; otros para abrir sus negocios, pues la necesidad económica en ocasiones puede ser más grande que la precaución.
Pero los más ignoraron las indicaciones para ayudar. Entre los que iban en bicicletas para fungir como mensajeros entre los centros de acopio, albergues o unidades de atención, llevando paquetes e incluso comida para los propios voluntarios que llevaban horas de trabajo sin descanso; o los que portando cubetas, bolsas y cajas, ya fuera a pie o en coche buscaban aportar lo poco o lo mucho que se pudiera para los miles de afectados.
Entre las personas se pudo ver a dos señoras caminando con dificultad por las calles llevando dos ollas hondas, a quienes se acercó un joven desconocido, habló con ellas y les ayudó con la carga.
Al poco tiempo llegaron a la carpa principal del Zócalo, la cual ya operaba como un enjambre bien organizado: por los extremos se recibían donaciones y en el centro se acomodaban los productos para ser encajados. Cada paquete que quedaba listo era recibido con aplausos.
En una de las esquinas las señoras abrieron su botín, en una olla había tamales de varios sabores y en la otra champurrado. Comenzaron a distribuirlos entre los jóvenes que portaban uniformes de scouts o ropa civil, quienes recibieron los alimentos con humildad y muestras de agradecimiento.
Dado lo complicado de la escena, se acomodó una mesa y se organizó una fila para que los cientos voluntarios pasaran, uno por uno, por un pequeño bocadillo antes de seguir la jornada, la cual inicio desde la tarde del martes sin que hubiera hora de término.
No faltaron los abusivos, que al ver comida gratis pasaron no una vez sino dos por alguno de los tamales de dulce hechos con amor y solidaridad por las señoras.
Esto no pasó por alto a las dos cocineras anónimas, quienes en menos de una hora distribuyeron su comida y bebida quedando con un amargo sabor de boca. “¡Cómo hay gente mala y abusiva en este mundo!”, se les escuchó decir con tristeza mientras dejaban el Zócalo de la ciudad, con sus ollas vacías y el corazón un tanto adolorido.
“POR SUERTE YA ESTÁBAMOS LISTOS”
Del otro extremo de la fuente de San Miguel se encuentra una carpa más pequeña, con un puñado de jóvenes vestidos de blanco, rodeados de equipo médico, camillas y, pese al cansancio, ánimos de seguir en la labor.
“Estamos aquí desde antes del sismo. Habíamos venido a participar al simulacro a las 11 de la mañana, y justo cuando nos estábamos por salir fue el temblor, así que ya estábamos listos y volvimos a instalar el módulo”, describió Alberto Valverde, comandante del servicio de ambulancias SOS tras casi 24 horas de trabajo en el zócalo de la ciudad.
Tan sólo en esta unidad, la cual fue la más cercana al momento de las primeras afectaciones, se atendieron a 100 personas, la mayoría con lesiones leves o con ataques de nervios o ansiedad, aunque hubo al menos seis con complicaciones mayores.
Infartos al miocardio, cerebrales y hasta dos mujeres embarazadas que presentaron complicaciones y una incluso estuvo a punto de sufrir un aborto por la impresión, tensión y nerviosismo generado por el sismo; por fortuna, comentó Valverde, todos fueron canalizados a hospitales cercanos y atendidos antes de sufrir mayores complicaciones.
Así pasaron la noche, los más 300 voluntarios de Servicios SOS, atendiendo más infartos y ataques de nervios en el primer cuadro y zonas cercanas, sin bajar la guardia, ni los ánimos.