Otra de inteligencia artificial (IA). En la red social Reddit, más de mil comentarios realizados por supuestos usuarios escondían un secreto inquietante: no eran personas. Eran bots de IA, diseñados por investigadores de la Universidad de Zurich, para probar qué tan fácil es influir en nuestras opiniones en línea. El resultado: los bots fueron entre tres y seis veces más persuasivos que los humanos.
Lo más perturbador es que estos perfiles no solo emitían opiniones, sino que actuaban. Se hacían pasar por víctimas de violencia, trabajadores sociales o usuarios con identidades raciales y posturas ideológicas específicas. Incluso, personalizaban sus respuestas según la edad, género y creencias políticas de quienes debatían con ellos. Todo esto, sin que el usuario supiera que estaba dialogando con una máquina.
En medio del auge de bots en plataformas como Facebook o Instagram, ¿cómo sabremos si lo que leemos viene de una persona o de una IA afinada para persuadirnos? ¿Importa si un argumento nos convence, aunque provenga de algo artificial?
Las redes sociales están dejando de ser un espacio humano. El peligro ya no es solo la desinformación, sino la manipulación emocional disfrazada de empatía digital. Si los bots pueden simular emociones, experiencias traumáticas e incluso relaciones afectivas, ¿cuál es la línea entre conexión real y ficción programada?
Esto no es ciencia ficción. Es un espejo incómodo del futuro inmediato. Urge discutirlo, ahora que aún hay humanos detrás del teclado.
En el fondo, esta investigación revela algo más profundo: nuestra vulnerabilidad. No solo a la tecnología, sino a la ilusión de autenticidad. Si una IA puede convencernos de cambiar de opinión al encarnar una historia humana bien contada, ¿qué dice eso de nuestra capacidad crítica en entornos digitales?
Las plataformas sociales se están transformando en escenarios donde la persuasión automatizada opera silenciosa, disfrazada de conversación genuina. Y mientras celebramos los avances de la IA generativa, tal vez olvidamos que toda innovación necesita límites claros, especialmente cuando toca los cimientos de nuestra vida pública, nuestras emociones y nuestras decisiones.