Fotografía: SC

Diablos de Teloloapan, tradición de raíz insurgente en Guerrero

En ESPECIALES Redacción Leviatán

MÉXICO.- En Teloloapan, Guerrero, existe una tradición única que consiste en un concurso en el que los participantes portan máscaras de madera que llegan a medir hasta un metro de alto, a la vez que, al ritmo de la música, bailan y exponen su gracia, habilidades físicas y capacidad en el manejo del chicote para demostrar que son el mejor “diablo”.

Pese a su nombre, los Diablos de Teloloapan no representan al demonio o la maldad, sino al espíritu rebelde de un grupo de pobladores de Teloloapan que participaron en una revuelta en la última etapa de la lucha por la independencia de México. Dicho levantamiento local ha perdurado en la memoria colectiva de los pobladores y configura parte de su imaginario patriótico.

De acuerdo con la tradición oral, los Diablos de Teloloapan fueron hombres campesinos y esclavos que, comandados por el general Pedro Ascencio de Alquisiras, considerado brazo derecho de Vicente Guerrero, eligieron valientemente luchar en la Guerra de Independencia para liberar a su pueblo de la colonia, pues las carencias y condiciones de vida inhumanas eran el común denominador en la Nueva España, cuyos pobladores vivían en condiciones de desigualdad y opresión, principalmente indígenas, afrodescendientes y mestizos.

Por esta razón, Pedro Ascencio de Alquisiras decidió tomar la población de Teloloapan para el ejército insurgente; no obstante, fue emboscado y sus tropas fueron sitiadas por los realistas. Dicho cerco, impedía salir a los rebeldes y a la población indígena.

Frente a este reto, Ascencio de Alquisiras maquinó una estrategia de guerra inspirada en la tradición ancestral de sus abuelos: elaboró cueras de gamuza de venado, máscaras y chicotes tejidos con ixtle en cuya punta llevaban una pajuela, por lo que al ser hondeados tronaban como bala al viento. Ascencio entrenó a su tropa en el manejo del chicote y los preparó para una estrategia de asalto, la cual se llevaría a cabo durante la noche para dar un toque tétrico y así parecer “entes infernales enviados del mal”.

Las mujeres, libres de la sospecha de los realistas, fueron las encargadas de proporcionar la madera de colorín para tallar las máscaras; además, corrieron el rumor de que el demonio rondaba Teloloapan y que brotaría de la tierra. Muchos realistas creyeron esta historia.

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Los Diablos de Teloloapan se armaron con una máscara, un vestido de cuero y un chicote de ixtle en una noche en la que, prendiendo otates, produciendo sonidos que imitaban el bufido de los animales y tronando sus chicotes, aparecieron repentinamente y se distribuyeron por el pueblo. Su inesperada irrupción sorprendió y asustó a los guardias enemigos, quienes cayeron bajo las “balas” de los Diablos de Teloloapan. De esta forma, los insurgentes lograron romper el sitio para liberar a indígenas y esclavos.

Esta primera victoria ocurrió el 18 de septiembre de 1818; por ello, cada año se conmemora esta gesta heroica en Teloloapan, Guerrero, con el tradicional concurso de Diablos de Teloloapan, en el que jóvenes lucen elaboradas máscaras, cuyos significados, manufactura y decoración se han transformado con el tiempo.

 

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La antropóloga Anne Johnson señala que algunos mascareros, con el objetivo de plasmar la historia en sus piezas, comenzaron a decorar sus máscaras con personajes como Miguel Hidalgo y Pedro Ascencio. Asimismo, apunta que a finales del siglo XX, comenzaron a pintarse algunas imágenes que para entonces ya formaban parte del imaginario y la identidad nacional, como el águila sobre el nopal, el guerrero jaguar y el abrazo de Acatempan. Esta incorporación hizo que las representaciones visuales se hicieran más diversas y que las dimensiones de las máscaras aumentaran.

De acuerdo con Johnson, esta tradición es una muestra de la visión local del pasado a partir de la memoria, donde prácticas teatrales y performativas —como el concurso de máscaras— dan su propia versión de los hechos haciendo referencia a la historia académica.

“Se trata de un patriotismo muy interesante, porque existe la idea, no solamente en la región sino a nivel estatal, de que en Guerrero se forjó la patria, pero que la victoria aún no ha llegado para ellos. Esa ambivalencia que combina el orgullo por el aporte local a la nación con una crítica al Estado y a las instituciones está presente en esos actos”, explica Anne Johnson, doctora en antropología social y autora del libro Diablos, insurgentes e indios. Poética y política de la historia en el norte de Guerrero.

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