PUEBLA, MÉXICO.- La periodista Rose George en su libro La mayor necesidad. Un paseo por las cloacas del mundo pone sobre la mesa uno de los asuntos vitales en las políticas públicas de las ciudades: la gestión de los residuos humanos, basura, el alcantarillado y agua potable. A través de un recorrido por varias urbes de varias partes del mundo, la autora nos muestra una infraestructura que previene enfermedades e, incluso, marca la diferencia entre la vida y la muerte. A pesar de esta importancia, los políticos apenas mencionan las alcantarillas y la basura en sus actos de campaña. Cuando llegan al poder hacen jornadas de trabajo en todos lados excepto en las alcantarillas y en el sistema de aguas negras. Nadie quiere descender a los recovecos profundos de las ciudades cuya importancia se revela cuando, por alguna razón, fallan los engranajes centrales que nos permiten trabajar todos los días.
En la ciudad de Puebla, uno de los primeros actos de gobierno del alcalde Eduardo Rivera Pérez fue ponerse atrás de una podadora y darle mantenimiento a uno de los camellones del bulevar 5 de Mayo. La prensa anunció: “En los primeros días de administración se han intervenido 16 mil 875 metros cuadrados de camellones, equivalentes a tres veces el estadio Cuauhtémoc”. Curiosamente, por esos mismos días, otro alcalde panista, Leo Montañez –edil de Aguascalientes– cortó el pasto de un espacio público y la noticia trascendió porque la cancha de futbol en la que estuvo el funcionario apenas cambió su apariencia e, incluso, la portería siguió sin red, aunque fue pintada de color azul y blanco.
Ningún ciudadano ve con malos ojos el mejoramiento del espacio público. Todos queremos calles limpias, paredes libres de pintas, parques arbolados y ciclovías funcionales. De hecho, en el caso de los parques o ciclovías, su rehabilitación fomenta la integración social y es un contrapeso al centro comercial como único lugar en el que se encuentran los habitantes de una ciudad. Sin embargo, hay algo que se puede criticar: parecería que gran parte de la comunicación y los actos de gobierno con más estridencia en los medios y en la discusión en las redes, son para satisfacer a sólo un sector del electorado –las clases medias y altas– que percibe estos problemas como los más importantes. El resto de la población, sobre todo la que habita en las colonias populares de la ciudad, apenas tiene tribuna y permanece invisible en los actos de gobierno. Cuando aparecen son usados como escenografía para la entrega de despensas u otras prácticas favoritas del asistencialismo.
Los alcaldes de muchas ciudades del país podan camellones, pintan paredes, plantan árboles no necesariamente por una práctica de integración social sino porque estos problemas son los únicos que le interesan a su electorado y a los medios locales que monopolizan la opinión pública. El resto de las acciones de la autoridad –aquellas, por ejemplo, que sirven para atacar la pobreza o empoderar a grupos vulnerables– ocurren en un segundo plano y sólo ocupan los titulares cuando cruzan los límites de clase y afectan a los que dictan la agenda en el municipio.
En el caso de Eduardo Rivera, como en muchos alcaldes del país, tenemos algo aún más problemático: la prioridad de los intereses empresariales sobre los del resto de la población. Quizás por eso temas como la privatización del servicio de agua potable jamás serán tocados. El hecho de asumir la cultura como una variante del turismo tampoco será replanteado. Los reclamos importantes son los de las élites y medios de comunicación afines. Se podría llegar a pensar, partiendo de sus agendas, que la ciudad de Puebla podría llegar al primer mundo si se prohibiera el ambulantaje, los grafitis en las paredes, la propaganda en los postes, parques abandonados y el césped cortado en las vialidades más emblemáticas. Sin embargo, estos alcaldes nunca van más allá de la foto podando el pasto porque las causas profundas de estas problemáticas no les interesan a los electores privilegiados –sus votantes– y a los que aspiran a ser como ellos imitando sus demandas. Ir al fondo de estas políticas públicas significaría meter en el debate un sistema que potencia la desigualdad, fenómeno que no parece molestar a los que aplauden el populismo de los camellones.