Parece algo tan natural que el hombre cuente historias, siempre que leemos una nos preguntamos de dónde viene. Escribir es enfrentarse a un muro blanco sin puerta ni ventana, existe ahí un silencio burlón que nos reta a llenar los espacios o a construir dejando huecos para el lector. Ahora bien, otras veces, el narrador ha escrito y reescrito las mismas historias varias veces para llegar a lo que considera una versión final: el artificio está concluido. Pero, al fin y al cabo, se trata de un contrato entre autor y lector.
Como sabemos, la mayoría de los escritores pone a la vida como tema en toda su plenitud o, por lo menos, así lo intentan. No olvidemos; aun así, que esta visión es tangencial, el autor sólo puede verla a través de sus ojos, ha sido aprendida desde el interior de sus entrañas y con el corazón en las manos. De esto, además de paciencia y oficio se nutre Foley, libro de relatos con el que Aldo Rosales obtuvo la mención honorífica de cuento en el tercer Certamen literario “Laura Méndez de Cuenca”, el cual fue convocado por el Gobierno del Estado de México en 2018.
Foley se compone de tres cuentos ‘¿Por qué estamos hablando del perro?’, ‘Terapia grupal’ y ‘Alana Piedad’. En este libro podemos observar una maduración narrativa, si ya en obras anteriores del autor mexiquense había demostrado su capacidad de observación a detalle tanto de la periferia como de los hechos cercanos, en esta ocasión nos presenta tres historias que trastocan al interlocutor.
El cuento que abre el libro, ‘¿Por qué estamos hablando del perro?’, cuenta la historia de dos hermanas Amparo y Patricia, la primera se dedica al doblaje de voz en el cine y quizá sea por eso que su hermana y su cuñado bajo el pretexto de ayudarla a recuperar la custodia de su hija, le piden que preste su voz para hablar por teléfono a una persona tan desconocida como cercana con la idea de hacerle saber que se trata de su hija. Con un recurso muy cuidado el autor nos plantea una historia con una técnica que nos recuerda el tema del doble al cual asistieron escritores como Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, pero en otra frecuencia, sin la necesidad del golpe sorpresivo. En palabras de Aldo Rosales “de pronto es una sola cosa, confusa y palpitante, que brilla al fondo de los días, del tiempo”.
‘Terapia grupal’, me parece, plantea una interesante reflexión en torno a la idea de la simulación, en esta historia, Miriam quien es madre del personaje secundario del mismo nombre y que se dedica al método Foley, es decir, los efectos sonoros del cine, tiene una intervención médica para reemplazarle la cadera; tanto la hija como el narrador se encuentran a la espera de los resultados de esta operación mientras, poco a poco, comienza a emerger una historia que implica una serie de recuerdos falsos y duplicidades:
Olvidé decir que aquella ocasión en que me reencontré con Miriam (hija) en el supermercado no iba solo: él y yo aún estábamos juntos. Pero desde que nos separamos, desde que volví a casa de mi papá, trato de contar todos los recuerdos en singular, como si él no hubiera existido. Como grabar un nuevo episodio de tu serie encima de otro programa en VHS, o como una pintura anaranjada sobre una pared que era amarilla, nada que pueda resultar muy brusco o radical, pero que sirva para cubrir poco a poco lo anterior. Eso: como usar sonidos nuevos, más limpios, sobre una escena que por lo demás vale la pena.
Este relato muestra algunas heridas que deben ser suturadas a la manera del método Foley y concluye la cirugía con la maestría de una epifanía que dejará al lector inserto durante un buen rato entre el silencio y el sonido de la vida al avanzar.
En estas historias, Aldo Rosales solidifica su estilo al tratar con cincel sus frases, pero sin olvidar el fondo de lo que quiere contar. Fue en el libro Tiempo arrasado donde leí por primera vez la historia de Alana Piedad, casi al concluir las páginas de Foley volví a encontrar este relato sólo que con algunos ajustes y con un epígrafe que dice: Todo esto es Tiempo arrasado, lo cual anunciaba una marca del artificio literario.
Ricardo Piglia al referirse a la ficción especulativa, atribuía a esta forma de narrar la incidencia de la ficción en lo real. Cuando terminé de leer el libro del cual nos ocupamos esta vez, sentí que algo de esas historias comenzaban a influir en mi realidad, como si ahí existiera un pasado que vuelve a ser trastocado para ser puesto una vez más en papel, pero en esta ocasión se trata de otro libro. En palabras de Rosales “Es que en el pasado nada tiene orden…” pareciera que esta pieza narrativa le sirve al autor para intentar ordenar, una vez más aquel pasado; además, agrega “nada se crea ni se destruye, sólo se cambia de lugar y ahí se vuelve viejo”, como si con esta frase diera pauta al movimiento, se tomara la licencia para mover de lugar aquel escrito y así generar una nueva significación. En este caso, el recurso de sirve para soportar la forma y fondo que plantea el método, como hacer Foley, un nuevo cuento sobre uno anteriormente escrito y publicado.
En la historia de ‘Alana Piedad’ vamos poco a poco a la infancia del personaje, pero a manera de flashback intercalado con un presente de tonos decadentes, en el que el personaje se encuentra con un amor de niñez, un amor de televisión para un niño que creció en la segunda mitad de la década de los ochenta. A partir de contrastes y sin una marca de juicios, Rosales nos presenta una historia de fans, pero enmarcada en cuestionamientos hacia el pasado donde quizá las cosas pudieron ser de otro modo.
Volteé a todos lados, temía que nos fueran a arrestar por invadir el deportivo abandonado. Me pregunté qué hacía ahí y de pronto me pareció estar soñando. Sin embargo, ahí, en una de las bolsas de mi chamarra, el papel que Alana me firmó. De un lado estaba anunciado su concierto, del otro estaba la firma que me había regalado, un trozo del pasado que había ido a buscar esa noche; el aquí y ahora, y esos años separados sólo por el filo de una hoja, tal y como ahora nos separaba una reja y una delgada línea de luz.
Vemos en esta cita cómo la naturaleza y lo cotidiano adquieren vida propia, me parece que este gesto bien pudo haber sido aprendido leyendo a Chéjov y menciono a este cuentista porque las historias que nos regala Rosales en este ejemplar emergen de la tradición del final abierto y uno que apunta a la epifanía. Narrar es poner en escena la duplicidad, saber que algo nos aguarda al concluir la lectura, algunas veces se agradece que se trate de huecos.
El autor de Seres sintientes sabe que el matiz es esencial en la forma de contar, cada una de estas piezas esta como tejida a mano, con la delicadeza de quien zurce con esmero cada frase para que al final el lector que prendado; estos relatos, entonces, confirman su aprendizaje de la historia secreta como clave de la forma del cuento.