México.- A tres años de la muerte del escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) aún es mucho lo que se puede escribir del Premio Nobel de Literatura 1982, por ejemplo, que era un sobreviviente que pasó 22 años dando la mayor de sus batallas, la que sostuvo en silencio contra el cáncer.
De ello da cuenta Darío Arizmendi en su libro “Gabo no contado”, publicado por Aguilar a los pocos meses de la muerte del autor, en el que hace un retrato íntimo de su colega y amigo, compartiendo momentos vividos dentro de su primer círculo de amistades.
En esa suma de crónicas, entrevistas, notas personales, fotografías inéditas y recuerdos de Arizmendi, se lee que el escritor, periodista y guionista de cine no le tenía miedo a la muerte sino, según sus propias palabras, a la inconciencia y a la oscuridad.
Decía, por ejemplo, que su miedo a volar era como la de Woody Allen, debido a que el vuelo no dependía de él, sino de las habilidades de un tercero, o al capricho del tiempo, en concreto, decía, a lo que le temía era a la incertidumbre.
Quizá por eso y para no compartir esa incertidumbre con los demás, el hijo predilecto de Aracataca prefirió mantener ocultas sus dolencias, desde el mismo 1992, cuando estando en París se sintió mal y haciéndose revisar en Colombia se le detectó un tumor en el pulmón, del cual se operó en secreto.
Arizmendi relata que fue un tumor del tamaño de una aspirina el que le extirparon y que ni siquiera en esas condiciones García Márquez olvidó ser periodista, así que se entrevistó a todo el cuadro médico del hospital para saber todo respecto a la enfermedad.
Creía que la había librado, dice, pero años después volvieron las dolencias, estaba en México y se hizo revisar pensando que sería el mismo tumor que había regresado.
Esta vez, los médicos le diagnosticaron una leucemia y le sugirieron tratarse en Los Ángeles, California, donde había un tratamiento experimental que le garantizaba muy poco pero que al fin de cuentas era su único opción.
“Por teléfono confesaba su temor al tratamiento o a los chequeos mensuales”, dice Arizmendi, y fue hasta los ocho meses que le dijeron que había superado la prueba. “La pasó muy mal él solo y en familia”, añade su colega y amigo.
Comenzó a espaciar sus citas, cada mes, cada tres, cada año hasta que le dijeron que estaba limpio y de eso no se iba a morir.
El autor de “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba” o “Del amor y otros demonios” volvió a respirar hasta los últimos años de su vida en que retornó esa leucemia, entonces el médico ya no pudo ser optimista y Gabo tampoco.
A su padecimiento se sumó la demencia senil, que afectó su memoria de corto plazo, y luego el deterioro general de su salud.
Se despidió del mundo el 17 de abril de 2014, en su casa de México, rodeado de su familia y sus queridas rosas amarillas, aunque la verdad había comenzado a irse, de a poco, pero sin rendirse, desde 1992, cuando apenas escribía sus “12 Cuentos peregrinos”.