Fotografía: Especial

NO ES FICCIÓN, ES ESTADÍSTICA | San Juan Tahitic, entre miedo y venganza

En COLUMNAS Magaly Herrrera

Don Leonel Díaz Urbano, gestor social y líder náhuatl de la Sierra Norte de Puebla murió la noche del 9 de mayo cuando desde afuera de la ventana de su casa le dispararon mientras él se disponía a dormir. Pero ese día sólo jalaron el gatillo porque desde mucho tiempo atrás un arma apuntaba a su cabeza.

En San Juan Tahitic se vive una guerra que nadie ha sabido detener, una guerra donde la Hidroeléctrica Gaya S.A. de C. V., que desde hace más de un lustro busca instalarse en el pueblo, es lo mejor que les ha pasado para distraer la atención de lo que realmente les confronta hasta morir.

Cuando Leonel fue juez de ahí, la hidroeléctrica le explicó su pretensión de desviar algunos metros el cauce del río, limpiar el agua que activarían turbinas para generar energía y después devolver el mismo volumen al trazo original del afluente.

En su papel de autoridad reunió al pueblo para decirles que técnicos de Gaya les explicarían el proyecto. Los habitantes dieron un rotundo “no” y le acusaron de ser un promotor de la empresa.

Propuso que para legitimar el rechazo a la hidroeléctrica y anular los derechos de Gaya sobre las tierras que anteriormente la empresa compró en Tahitic, se acogieran al Acuerdo 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para llevar a cabo una consulta pública. De esta forma la cancelación del proyecto sería inapelable, pero también llamaría la atención del gobierno u otros grupos para atender la inseguridad que asola en San Juan.

Leonel sabía que en Tahitic los maestros confiscan con frecuencia armas y algunos “churros” de marihuana que los niños forjan con amplia destreza en sus casas, donde también han aprendido a trabajar los cultivos que los han sacado de la miseria.

También sabía, como muchos otros que viven con miedo, que hay ganado ilícito que llega de Veracruz, y se alimenta en las praderas robustas de este paraíso serrano muy lejano de los ojos de la autoridad. Reses y cerdos que roban en carreteras y tienen un lugar donde resguardarse hasta encontrarles mercado.

En Tahitic, donde las familias guardan rencillas que antes resolvían con machete en mano y que ahora lo hacen a balazos gracias a la diversificación de actividades ilícitas, todos están enterados de lo mismo que Leonel, pero guardan un obligado silencio que por años confunden con lealtad.

Leonel era priista y nunca negó a su partido. Tampoco lo hizo a pesar de que una semana anterior a su muerte llamó a Puebla para saber “cuál era la línea” y “cuál su candidato”, porque el equipo de Alberto Jiménez Merino se había cruzado de brazos en Zacapoaxtla.

También llamo a otros amigos para saber cuál sería el procedimiento para solicitar la intervención del Ejército Mexicano en su pueblo, ya que desde un par de meses nadie en el pueblo de su casa después de las seis de la tarde.

Leonel no es el primer muerto y tampoco será el último. En San Juan Tahitic hay alrededor de 4 mil habitantes que tienen un arma invisible apuntando a su cabeza, y que seguramente será disparada cuando rompan el silencio.

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