MÉXICO.- La misma incertidumbre que experimentó al salir de su natal Honduras invade a Carlo Mauricio a su arribo a la Ciudad de México, máxime porque lo acompañan su esposa Mercedes y sus cuatro hijos menores de edad.
Diecisiete días de camino lo condujeron a su primera parada importante: la Ciudad de México, desde donde, dice, retomará fuerzas para continuar por territorio nacional hasta lograr su objetivo de llegar a los Estados Unidos.
El migrante centroamericano forma parte de la caravana de más de mil personas que llegó la madrugada de este lunes procedente de Puebla al albergue temporal instalado en el estadio Jesús Martínez “Palillo”, en la alcaldía Iztacalco.
“Mi esposa y yo tomamos la decisión de salir de Honduras. Salvo la familia, allá no dejamos más que pobreza, miedo e incertidumbre”, comenta mientras pasea afuera del albergue a su único hijo varón de año y medio de edad.
“Lo único que pido, añade, es que Dios nos permita llegar a los Estados Unidos, que no se nos cierren las puertas porque sería muy difícil el tener que regresar a un país que quiero mucho pero que lamentablemente me negó darle de comer a mis hijos”, subraya.
Procedente del Departamento de Colón -situado al norte de Honduras-, donde vivía en situación precaria, asegura que trabajaba en todo tipo de actividades por algunas lempiras, equivalentes a 0.78 pesos mexicanos.
Portando su brazalete verde que le colocaron a su ingreso al albergue y que le permite ingresar en todo momento al lugar, el hombre de 35 años de edad asegura que en México, nada puede ser peor de cómo vivía.
Refiere que en su natal Honduras su esposa no trabajaba, dado que se dedicaba a cuidar a sus tres hijas de ocho, cinco y tres años de edad, así como al menor de año y medio. “Ademas, si la paga era mínima, para ella era peor”, anota.
De entrada, asegura que “yo no solicité visa por razones humanitarias -que otorgan las autoridades migratorias mexicanas- porque no creo que sea la solución a la migración y sí, un documento con el que quedarás fichado en este país”.
Reconoce y agradece toda la ayuda humanitaria proporcionada a lo largo de su camino y en la Ciudad de México, principalmente para sus hijos; “por el momento no me preocupo de la comida porque sé que está garantizada, pero espero salir en dos días de este lugar y a ver qué Dios dice”.
Lo cierto es que “tengo mucha incertidumbre de qué va a pasar en México y en mi camino a los Estados Unidos. Ya quiero que acabe esta pesadilla y poder contar con un trabajo para vivir en paz con mi familia”, puntualiza.
Mientras tanto, en el lugar, el segundo grupo de migrantes que arribó al filo de las 15:00 horas inició su peregrinar en busca de algo de comida o reconocimiento de la zona, previa colocación de la pulsera verde y revisión médica.
Los menores de edad se entretienen en algunos de los juegos infantiles metálicos instalados a las afueras del campamento, algunos jóvenes buscan pasar el tiempo jugando con un balón, en tanto que más mujeres optan por platicar o arreglar algunos de los escasos objetos personales que traen consigo.