Al pasar los ojos por el libro El peatón inmóvil (Arlequín editorial/conaculta, 2013) podríamos pensar que el poeta y ensayista Luigi Amara (1971) pertenece a la tradición de autores ingleses, la cual tiene el delicado tratamiento de la microscopía, pongamos, sin ir tan lejos a William Hazlitt o Robert L. Stevenson. Amara es un autor que trabaja pacientemente con aquello que tanto recomendaba Calvino, esa locución latina con la que nos invita a movernos por el día: Festina lente. En el 2010 la editorial Almadía publicó su libro de poesía A pie como muestra del interés por la observación y vacilación con la que se anda por el mundo.
Esta vez no hablaré de aquel libro, pero sí me detendré a comentar el título coeditado por Arlequín y Conaculta que en su título nos permite entrar claramente al oxímoron que nos ofrece la locución latina. El ensayo que da nombre al libro es una invitación a caminar de forma despreocupada: una contemplación del paisaje. Pero hay cierto desdén ante aquellos amantes del pie en movimiento, aplanadores del asfalto, dice el autor al respecto:
Esta herencia maléfica ha llevado hasta la inmoderación de creer que la personalidad puede encarnarse en la apariencia de nuestro coche, que con nada manifestamos mejor nuestra felicidad y buena fortuna que con la compra de un último modelo.
Un sautering —nos recuerda el escritor norteamericano Henry David Thoureau— era una persona ociosa que vagaba por el campo y pedía limosna en la Edad Media con el pretexto de llegar a la Sainte Terre, los niños repetían va a Sainte Terre, va a Sainte Terre, de ahí, podríamos pensar, proviene la palabra saunterer, si vamos un poco más allá, pero en la misma geografía francesa, podemos añadir que, como manifestó Balzac “Hablar y pensar son las formas de caminar de la mente”, y quizá este sea el ingrediente que nos conduzca por el camino a la Sainte Terre.
Para el ensayista mexicano, lo cotidiano es materia viva de sus reflexiones en “Genealogía del polvo”, el autor va desintegrando uno a uno los componentes inmediatos que le rodean, el café, el tabaco, las virutas de goma y grafito. Estas unidades combinadas con residuos de piel o fragmentos de uña, en palabras de Luigi Amara, son los componentes de nuestra sombra y remata la idea, tales marcas, residuos, serán materia para el arqueólogo del futuro. No podemos cuestionarle su mirada afilada, al contrario, en aquellas imágenes se concentra en los detalles, agrupándolos de tal modo que el lector al leerlos adquiere una imagen clara y definida de lo descrito.
En “El salón de la infamia” nos recuerda un posible pabellón psiquiátrico que, a partir de un juego propuesto por David Lodge, muestra lo que en círculos médicos se conoce como Síndrome Zelig, es, en otras palabras, una marca, germen de la falsedad y la mitomanía. Comentar libros que sobrepasan las 300 páginas, pero de los cuáles, no se ha logrado pasar las primeras diez, Ana Karenina, Moby Dick. En este sentido, algunos podrían acotar, “La vida es más importante que cualquier lectura, aunque unas cuantas líneas puedan llegar a salvarnos la vida”. Hay, además, en este tenor sobre libros, un ensayo muy ameno “De la fauna libresca” donde postula la idea de contraponer dos animales, los elefantes o hipopótamos como muestra de la desmesura frente a la morfología de un mosquito. Se trata de la metáfora que compone los libros, la idea del zumbido chirriante y mínimo del mosquito que apela a “la protección de cierto mandato de la levedad y poca extensión heredado para el nuevo milenio”, una vez más, podríamos regresar a la enseñanza de Calvino, la defensa de lo breve y fragmentario.
Encontramos en estos ensayos una lucha cuerpo a cuerpo con el lenguaje microscópico, se trata, sin más, de la precisión de quien ha aprendido a mirar: la ligera artillería de quien observa. Un guiño literario asoma a Francis Ponge de Le Savon; las cosas, en este libro, van tomando su lugar en el mundo, su propio acomodo, nos recuerdan, además, el orden microscópico de aquello que dejamos de percibir. Amara también ha encontrado en la minucia, mientras observa detenido, aquello que parece haberse extraviado.