Fotografía: Especial

De la playa a la sierra, las prácticas funerarias de las antiguas sociedades del noroeste de México

En ESPECIALES Redacción Leviatán

MÉXICO.- A mediados del siglo XVIII, el cartógrafo y misionero jesuita Juan Bautista Nentuig consignó aspectos sobre la idea de la muerte entre los grupos humanos que habitaron el actual territorio sonorense; mencionaba que mientras los apaches “no se afanan, muera quien muera, ahí se queda donde cayó muerto en el campo […]”, los pimas, ópatas y eudeves llevaban recipientes llenos de leche materna a las sepulturas de niños y niñas de pecho.

La antropóloga física del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Patricia Olga Hernández Espinoza, comenzó su exposición en torno a las “Prácticas funerarias y ritos mortuorios entre las antiguas sociedades del noroeste de México”, con esta distinción entre la “muerte natural”, carente de tratamiento mortuorio y, por tanto, de la que no queda registro arqueológico, y la “muerte familiar”, que implica una ritualidad ante este hecho inexorable.

La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Centro INAH Sonora, programó esta conferencia virtual, en el marco del séptimo ciclo anual “Tardes de Caféinah” y de las conmemoraciones por el Día de Muertos, donde Hernández Espinoza abundó que un tercer tipo: la “muerte institucionalizada”, donde los elementos de la parafernalia mortuoria, entre ellos las ofrendas, denotan una jerarquía dentro del grupo social.

Lo anterior, lo ejemplificó con un entierro infantil descubierto en el cementerio prehispánico del valle de Ónavas, en Sonora. Al individuo femenino le fueron colocados una serie de sartales de cuentas de concha y turquesa, para distinguir su lugar entre la sociedad.

Al abordar las prácticas funerarias conforme a las tradiciones arqueológicas, la expositora se refirió a las costas del océano Pacífico, entre las ciudades de Rosarito y Ensenada, en Baja California, donde los arqueólogos han reportado sitios del periodo Arcaico, con ocupación desde el 6000 antes de nuestra era.

La especialista del Centro INAH Sonora detalló que de un sitio ubicado en la población de Bajama-Jatay, en Baja California, se obtuvieron una serie de entierros, colocados en posición flexionada debajo de grandes piedras de molienda; de ellos, resaltó a “La mujer de Jatay”, cuya osamenta está datada entre 3660 y 3490 a.C.

En Baja California Sur, en el sitio El Conchalito se registraron enterramientos singulares por la coloración rojiza de los esqueletos, resultado de que los cadáveres fueron pigmentados con ocre: “este espacio funerario, ubicado en la playa, es un dolor de cabeza para los antropólogos físicos, porque los cuerpos fueron depositados en segundas exequias. Primero, los sepultaron, y luego, los exhumaron, segmentando las osamentas”, indicó.

A su vez, en la parte sur de la península, pero en cavidades con pintura rupestre, se han recuperado entierros de la llamada tradición cultural Las Palmas, así denominada porque los cadáveres eran envueltos en fardos hechos de palma. Aunque en el área se ubicaron 42 cuevas con este tipo de elementos, destacan por su ocupación los sitios Cerro Cuevoso (1290-1644 d.C.), Punta Pescadero (1433-1662 d.C.) y Piedra Gorda (1280-644 d.C.).

Del lado sonorense, Patricia Hernández citó la Zona Arqueológica Cerro de Trincheras, como se conoce a esa colina de origen volcánico de 150 metros de altura y donde se distribuyen casi 900 terrazas. Ubicado en las márgenes del río Magdalena, fue ocupado hacia 1300-1450 d.C. “Es un sitio de la Tradición Trincheras, donde se registraron diversas inhumaciones; sin embargo, lo más importante es su gran cementerio, del que recuperamos 137 urnas funerarias que contenían los restos óseos de 139 individuos”, expuso.

Cercano a este lugar se encuentra el sitio La Playa, donde se han obtenido evidencias de los primeros pueblos agrícolas del desierto de Sonora. Los trabajos arqueológicos de las últimas décadas han derivado, entre otros hallazgos, en la obtención de los restos mortales de más de 400 individuos (e incluso cánidos), incluidas inhumaciones y cremaciones. Lo anterior es muestra de la evolución de las prácticas funerarias, resultado de la dilatada ocupación del asentamiento.

La ponente abundó que “en fechas recientes, han surgido hipótesis en torno a ‘entierros irregulares’ de La Playa. Investigadores sugieren que se trata de osamentas que fueron sepultadas sin mayor cuidado, arrojadas, porque se trataba de gente indeseada por esa sociedad, quizás, por dedicarse a la hechicería u otra actividad que era mal vista”.

En la costa central de Sonora, de sitios como Arivaipa, salvamentos arqueológicos han exhumado restos de los ancestros de los indígenas seris o comca’ac. Se trata de contextos “que rompen con la idea de que los antiguos habitantes del desierto eran nómadas y no tenían ningún ritual en sus prácticas funerarias. Sí lo tenían”.

Por último, contrastó estas prácticas con otros lugares del noroeste del país, como Coahuila y Chihuahua, e ilustró los cambios en los sistemas funerarios tras la injerencia de las misiones religiosas, cuyas reminiscencias pueden observarse, algunas, en la actualidad.

 

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