- La curadora Sylvia Navarrete abordó el trabajo del artista cuya obra muestra la aporía entre el dibujante figurativo y el pintor abstracto, geométrico y ortodoxo
MÉXICO.- Cuando en la escena del arte moderno mexicano se relegó la pintura a un segundo plano, Francisco Castro Leñero hizo propuestas de avanzada que lo llevaron a ser el pintor abstracto más conceptual. Además, fue al mismo tiempo un espléndido dibujante figurativo y un abstraccionista ortodoxo. Estas contraposiciones es algo que la muestra Francisco Castro Leñero. Una lógica de la belleza quiere mostrar.
Así explicó Sylvia Navarrete el quehacer del artista nacido en 1954 y la exposición con que la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), a través del Museo del Palacio de Bellas Artes (MPBA), conmemoran el legado del artista fallecido en 2022.
Acompañada por los artistas y alumnos de Leñero, Patricia Soriano y Rodrigo Flores, Navarrete, además de hablar sobre el periplo que implicó la curaduría, señaló que esas paradojas también se reflejan desde el título de la muestra, pues señalan la contradicción entre “la lógica, que pareciera impera en su sistema compositivo, y esa belleza incorpórea que consigue con un trabajo minucioso sobre la materia misma de la pintura”.
Recordó que Castro Leñero se vinculó “a la tradición moderna de la abstracción por ese afán de pureza que tiene su pintura, por esa intención de llegar a la esencia más virginal del acto creativo, que era algo que compartían los vanguardistas del siglo XX.
“Pero al mismo tiempo, es compatible con la rama conceptual del arte contemporáneo, y esto es a partir de su exposición Espacio en construcción, de 1999 en el Museo de Arte Carrillo Gil, por varios factores que lo emparentaron con esa pintura de avanzada: su austeridad aparente y la decisión de fincar su pintura en esquemas geométricos estrictos, patrones que podrían parecer cerebrales, y la cuadrícula que es casi permanente en su obra a partir de los años ochenta y noventa, y después vemos cómo se va liberando y haciéndose más ingrávida”.
Ante un pintor de tales magnitudes, y quien fuera considerado como “difícil”, la curadora decidió mostrar en la primera sala algo “impactante”, así que mezcló todas las épocas para que la gente tuviera una visión de lo que hizo. Las otras salas siguen un camino cronológico que demuestran sus diferentes fases. Él tuvo un desarrollo paulatino, con rupturas poco abruptas. La primera fase fue matérica, la cual se inspira en una ciudad en construcción, con paletas grises.
La segunda etapa se dio después del temblor de 1985, donde él ya no ve motivos para mostrar esa ciudad, sino toma el concepto de la superficie para conceptualizar el espacio y segmentar el lienzo en diagonales, que recuerdan vigas de construcción, señalización y juegos como palos chinos, pero también se ve el paso al cuadrado y al color.
“Para terminar, quise evocar al maestro, quien fue una figura cercana a sus alumnos, y mostrar esa aporía entre el dibujante figurativo y el pintor más abstracto, geométrico y ortodoxo de la escena contemporánea”.
Francisco Castro Leñero, uno de los mejores exponentes del arte contemporáneo en México
Otro aspecto que recordó Navarrete durante su intervención fue que, al visitar el taller del artista, lo encontró “tal cual lo dejó, con un cuadro en proceso, con unas sillas y escaleras llenas de capas y capas de años de acrílico, con una mesa grande llena de sus pigmentos, pero también con una gaveta de sus archivos muy bien ordenados: exposiciones individuales, exposiciones colectivas, papeles administrativos y personales. Además, Adriana Torres, su ayudante, me apoyó mucho, porque tiene todas las fotos de su obra, ya que en su taller casi no hay piezas, pues vendía mucho, pero la tienen bien localizada”.
En su momento, Rodrigo Flores recordó que el artista fue un maestro generoso y un pintor que se dedicó a registrar en lienzo lo capturado (en fotografía) por su deambular citadino y cotidiano. “La reflexión entre pintura y fotografía que suscitó en mí guarda sus ecos”. Asimismo, resaltó que para el artista el trabajo plástico consistía en ir detrás de una imagen y su quehacer cifra un profundo ejercicio de visión, tanto mental como físico, pues nunca perdió el vínculo con los objetos más concretos de su entorno.
Para Patricia Soriano, el artista era una persona alegre y un maestro preocupado por la enseñanza: “Recuerdo que llegaba con los libros más inverosímiles y kilos de papel en el que dibujábamos para entender la simplificación del movimiento de una modelo, primero en cinco líneas, luego en cuatro y después en tres, pues la lección era quedarse con lo esencial.
“En su obra, lo esencial de una geometría, tan fría como pudiera parecer, tiene la generosidad de evocar las sensaciones más profundas e innombrables”, y destacó que en la exposición se puede percibir “un pensamiento creativo complejo, cargado de un romanticismo profundo por la vida, por la naturaleza y por la amistad”, agregó.