La muerte del padre, primera novela de la saga “Mi lucha” del escritor noruego Karl Ove Knausgård, es una extensa exploración sobre la ausencia como punto determinante para escribir sobre sí mismo, desmoronándose a partir de una imagen aparentemente inconexa: el rostro de un hombre en el mar.
Si bien la narración se estanca y entra en constantes zonas muertas, arenas movedizas de las que cuesta salir, lo detallado de los instantes hace que fragmentos enteros se conviertan en estampas citables.
En la obra, la figura del padre se desvanece hasta desaparecer, y es desde ahí donde se convierte en el único artificio de la novela.
La de Knausgård no es una historia espectacular, es más bien una historia común contada con el detalle obsesivo de quien quiere hablar sin abrirse demasiado al diálogo.
“Y la muerte, que yo siempre había considerado la magnitud más importante de la vida, oscura, atrayente, no era más que una tubería que revienta, una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo”.