Con la renuncia de Martha Erika Alonso a la Secretaría General del Partido Acción Nacional (PAN) y con su virtual postulación como candidata a la gubernatura de Puebla se discute también un escenario hostil y confuso para la crítica.
Primero, porque Martha Erika Alonso es una contendiente real que pretende saciar el tema de la participación de las mujeres en la política, pero el apellido “Moreno Valle” no legitima méritos propios. Ser la esposa del exgobernador le valió tener las puertas abiertas en la política local, pero en términos de género la somete a la figura masculina que los poblanos, opositores y cercanos relacionan con el autoritarismo morenovallista.
“Martha Erika es diferente”, dicen sus allegados, pero qué tanto podría delinearse su autonomía como mujer en la política si su empoderamiento se construyó a costa de las decisiones políticas que favorecen a su esposo Rafael Moreno Valle.
Su llegada a la Secretaría General del PAN causó divisiones, expresiones de descontento y el rechazo público de voces con trayectoria en las filas del albiazul. El discurso de sus adversarios se centró en la falta de trayectoria y en su condición de “esposa de Rafael”.
Durante dos años al frente de Acción Nacional, Martha Erika compartió una imagen sensible, afable y conciliadora, pero la confección impecable como figura pública no logró desprenderla del binomio imposición-continuismo que no deja claro aún quién competirá por la gubernatura de Puebla: Martha Erika Alonso o Martha Erika Alonso de Moreno Valle.
La postulación de una mujer al Gobierno de Puebla es de suma valía para una política protagonizada por hombres. La cuota de género es deseada en un estado que sobresale en el contexto nacional por la violencia contra las mujeres.
El reto de cualquier candidato o candidata no puede escapar al pronunciamiento de un discurso oficial, popular y contestatario para rechazar los feminicidios.
¿Cuál será la posición de una candidata que comenzó su trayectoria política de la mano de un gobernador donde los feminicidios aumentaron 321 por ciento y el nivel de impunidad de los mismos alcanzó un 88 por ciento?
La factura política que asume un gobierno sobre el incremento de una problemática dolorosa no sólo es por el número de casos que lamentamos, sino por el nivel de impunidad que se reclama. Más aún: por la negación de una violencia de género.
En temas de género Martha Erika “tiene mucha cola que le pisen”. Sí, pero no es suya, es de su esposo Rafael Moreno Valle. Y es aquí donde se advierte una distancia minúscula o casi invisible entre los yerros de él que por maridaje son casi suyos.
¿Qué pasará cuando una mujer critique la participación de Martha Erika como candidata al gobierno de un estado que su esposo gobernó con indiferencia sobre asuntos de género?
No espere comprensión, sino una respuesta común pero atroz: “si no estás conmigo estás en mi contra”.
Sí, porque una mujer que se opone a la participación de otra mujer supone que las propias mujeres “nos ponemos el pie”. O bien, si un hombre no simpatiza con su candidatura, el discurso versará en que los hombres no están preparados para que los gobierne una mujer.
La crítica será hostil y la discusión sobre una política de género se perderá en contraataques simplistas, con mera utilidad propagandística.
Esperemos que no.