Fotografía: Janet González

En San Juan Pilcaya, el 70% de familias perdió su hogar

En ESPECIALES Janet González

PUEBLA, MÉXICO.- A la una de la tarde del martes 19 de septiembre, un día soleado como cualquier otro en la comunidad de San Juan Pilcaya, perteneciente al municipio de Chiautla de Tapia, donde la gente es tan hospitalaria como religiosa, los niños salían de la escuela rumbo a sus casas.. Nadie imaginaba que en cuestión de minutos la destrucción, el dolor y la zozobra se apoderarían de ese lugar donde más del 70 por ciento de las familias perdió sus casas.

Soledad Valdepeña miraba la telenovela Lo que la vida me robó, su esposo dormía y su hija se estaba bañando para después irse a trabajar a Chila de la Sal.

Fotografía: Janet González

Unos minutos más tarde la tierra sacudía la casa de Soledad, era un sismo de 7.1 grados en la escala de Richter con epicentro en el estado de Puebla.

“Estaba viendo la novela cuando empezó a temblar, la televisión explotó y me dio mucho miedo. Entonces corrí al baño a ver a mi hija, ella salió en chanclas y se vistió como pudo. Levanté a mi esposo que estaba dormido. Mi esposo es alcohólico.

Apenas alcanzamos a salir. Las paredes se cayeron y perdimos todo. Aún no se me pasa. El trauma se queda. Desde esa noche estamos durmiendo aquí en la escuela, pero tengo miedo de que el techo o las paredes se caigan. Ande, recargue su mano y verá cómo se mueve la pared…Verdad que da miedo”

Junto a ella está acostada sobre una colchoneta Eloisa Bravo de 56 años de edad, quien resultó herida del pie izquierdo cuando un tabique de la presidencia municipal se desprendió y le cayó encima.

“Ese día estaba en la presidencia cuando empezó a temblar. Ni me di cuenta cuando el tabique me cayó encima y me lastimó el pie. Y así con todo mi pie malo fui hasta mi casa porque tengo una hija discapacitada; no se mueve y pensé: ‘si nadie la saca ya se murió allá dentro’. Cuando llegué mi esposo ya estaba afuera con mi hija pero mi casa se había caído. Ya no tengo nada, no quedó nada. Luego me llevó mi esposo al centro de salud y allí me entablillaron mi pie, pero no me dijeron si tengo fractura o qué tengo, dicen que regrese después para que me tomen una placas para ver qué es lo que tengo, mientras me estoy tomando mis medicinas”.

Ambas mujeres y sus familias están viviendo en el albergue temporal que el Ejército mexicano instaló en la escuela primaria urbana federal “Abasolo” que tiene actualmente a 96 niños inscritos; sin embargo, esta escuela también resultó afectada por el sismo, de las nueve aulas que existen seis quedaron muy dañadas. Las otras tres que sirven de hogar para los damnificados presentan menores en el techo y paredes. En el patio los soldados instalaron el comedor y una mesa donde consulta un médico militar.

“¿QUIERE PASA A VER LA CASA?

Sobre la calle Cantera que lleva hasta la presidencia, muchas familias perdieron su patrimonio; se ven las casas sin muros exteriores o sin techos, las fachadas destrozadas, al interior los muebles y demás pertenencias quedaron bajo los escombros, camas destrozadas; el siniestro se apodero de estos lugares dejando los inmuebles inutilizables.

En esa misma vía, un hombre con el rostro desencajado mira pasar a militares, personal de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) y  transeúntes que indiferentes siguen su camino hacia la plaza principal.

“Quiere pasar a ver la casa”, me pregunta. Mientras entramos a la casa dice: “Gracias a Dios estábamos afuera, ya íbamos a comer cuando comenzó el temblor. En esta casa viven mi suegro y mis dos cuñadas (Sabino Aragón Barrera, Eugenia y Maximina Aragón Nájera). Como se puede dar cuenta se perdió todo y hasta el momento no nos han dicho nada de las casas, si va a haber ayuda para esto o no. Han venido entran y toman fotos pero no nos han dicho nada. Ellos ahorita se fueron a la casa de otra de sus hijas”

Eugenia no puede hablar, el llanto ahoga las palabras que intenta decir, sólo se escucha: “No, no puedo” y las lágrimas se apoderan nuevamente de ella. Máxima llega, y con los sentimientos aún a flor de piel contesta: “La casa se cayó, necesitamos que nos den ayuda. Todo está perdido, ya no hay nada. Nosotros perdimos todo. Nos han estado ayudando con alimentos pero así de las casas no nos han dicho nada. La casa de mi hermano es la de enfrente y también perdió todo. Estamos a la voluntad de Dios. Ojalá nos ayuden. Lo único que nos queda es echarle ganas. Gracias a Dios nos agarró de día, si no imagínese”.

Más del 70 por ciento de las construcciones presenta daños severos, el miedo y la incertidumbre se apoderó de los habitantes de esta comunidad. Algunos vecinos continúan sin luz y sin gas, las tiendas y comercios afectados están cerrados por miedo a un derrumbe. Muchos habitantes no pueden regresar a sus casas pues están inhabitables y están ya sea en el albergue o en la casa de algún familiar. No hubo pérdidas de vida pero las materiales son evidentes.

Los pobladores intentan retomar sus actividades, la esperanza se refleja en sus ojos, desean que pronto puedan tener un lugar seguro para habitar y que sigan los donativos de víveres y artículos de primera necesidad; pues aunque están llegando los apoyos, éstos son pocos y siempre serán insuficientes para quién no tiene nada.

Fotografía: Janet González

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