Foto: Cortesía

Ofrendas al Popocatépetl y el Iztaccíhuatl para pedir lluvias para la cosecha

En PUEBLA Janet González Jiménez

PUEBLA, MÉXICO.- Cada año en mayo, el tiempero Don Antonio Analco Sevilla, originario de Santiago Xalizintla y su esposa Doña Inés Campos realizan un viaje de dos días para llevar una ofrenda dedicada a los volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Don Antonio, está decidido a continuar con la más antigua y fuerte de nuestras raíces culturales, un ritual para pedir lluvias suficientes para las cosechas.

Primer día
Eran las cinco de la mañana, todos se han reunido en la calle frente a la casa del tiempero, para esperar a la camioneta que nos llevará hacia el volcán Popocatépetl, o ´Don Goyo´ como le dice don Antonio. Somos treinta personas, hay niños y personas mayores. El chofer se había quedado dormido y ha llegado tarde. Inmediatamente comenzamos a subir uno a uno a la camioneta de redilas, cada quien se acomoda como puede.

Aún es de noche, el camión arranca y el viaje tan esperado comienza, el viaje hacia el ombligo del volcán. El aire frío comienza a hacer mella, los dedos de las manos se congelan. Poco a poco va amaneciendo y un sol rojo a nuestras espaldas se descubre. Las imágenes del Popo y el Izta nos hacen mirar a ambos lados para apreciar su belleza.

De pronto la camioneta se detiene. Se han ponchado dos llantas. Nos hemos quedado varados al lado del camino mientras algunos hombres van por llantas de refacción. A pesar de haber salido el sol, el frío es contundente, pero los niños corren y juegan sin sentirlo.

Por fin llega otra camioneta por nosotros. Debido a este percance ya no podremos llegar al ombligo del volcán, muy cerca de la cima; pero eso no impedirá que dejemos la ofrenda al coloso.

Hemos llegado al paraje donde se quedará la camioneta y los autos, lo demás del recorrido hay que seguirlo a pie. Los expedicionarios comienzan a bajar sus mochilas, además cada quien ayuda tomando algo de la ofrenda.

La caminata se inicia, todos formados en fila, cada uno a su propio ritmo según su condición física. Don Antonio Analco, quien siempre va en el puntero, hace pausas para ir esperando a los que se han quedado rezagados. La experiencia se vuelve exhaustiva debido a lo empinado del camino.

Ya rumbo hacia arriba, se siente como los pulmones se comprimen, falta la respiración y cada paso requiere de un gran esfuerzo pero la vista es inigualable. Luego de caminata, se llega a una explanada, al mirador desde donde se puede apreciar al majestuoso Don Goyo, que nos recibe con una gran fumarola.

Allí, el aire fresco y la belleza del paisaje nos entusiasmó tanto que los disparos de las cámaras profesionales y de los celulares no se hicieron esperar. Todos teníamos que tomar fotografías del volcán, de Gregorio ´el Chino´. Si no lo hacíamos era como no haber ido.

Don Antonio puso la ofrenda que consistía en comida, bebidas y flores. Después bailamos al ritmo de las palmas, desenredando y enredando listones de colores. Doña Inés, repartió comida entre los acompañantes, cuidando que nadie se quedará sin comer.

El descenso fue más rápido, aunque un poco resbaloso. Muchos nos quedamos dormidos en el viaje de regreso. Los otros, los que no, continuaron disfrutando del paisaje que se revelaba ante sus ojos.

Segundo día
A pesar de estar cansados por el viaje anterior, este día nuevamente nos dimos cita muy temprano para salir hacia el Iztaccíhuatl. A las cuatro y media, uno a uno subimos nuevamente a la camioneta. El viaje iniciaba recorriendo las calles de Santiago Xalizintla, pasando por San Mateo Ozolco antes de llegar a las faldas de ´Rosita´ como le dice don Antonio a la ´mujer blanca´.

La carretera nos dejó apreciar el amanecer y el cielo azul. Llegamos hasta donde se quedaría la camioneta. La tierra estaba mojada por la lluvia del día anterior. Así iniciamos el recorrido hacia el santuario escondido entre las rocas de la volcana.

Esta vez, todos caminábamos disfrutando, sin prisa pero sin pausa, del manto verde que cubre la piel marrón de Rosita. En el camino, aquí y allá se escuchaba el agua que descendía desde la cascada que se encuentra a un lado del santuario, abriéndose paso entre la tierra, las rocas y la vegetación.

Después de una larga caminata y de ser rebasados por chiquillos de la región que subían entusiastas a llevar también su ofrenda a Rosita, llegamos al paraje en donde don Antonio deja la una cruz vestida y floreada en ofrenda. Sin embargo, mayordomos de Santiago Xalizintla junto con el comisariado de San Mateo Ozolco, derribaron hace tiempo un árbol para construir un altar con piso y columnas de cemento y un techo de lámina.

Pero a pesar que a don Antonio le desconcierta y enoja está invasión, realizada para comodidad de los pobladores más no para honrar y dejar la ofrenda al Iztaccíhuatl, pues lamenta que ya no se pueda realizar el baile de listones de colores que se hacía cada año en este lugar. El tiempero continúa con su ritual ancestral. Se dirige al hueco que se encuentra entre las rocas, lugar solo donde él y algunos hombres pueden entrar.

Después bajo la cascada que tiene 30 metros de altura, ofrecerá flores para pedir buenas lluvias para las cosechas que dependen de esa agua. Durante este ritual anclado a nuestro pasado que desconoce al turismo y al hombre ávido de dominar todo lo que no le pertenece, el Iztaccíhuatl nos deja apreciar su belleza más pura e infinita.

Cuando el tiempero y nosotros, sus invitados, empezamos a bajar del lugar que se considera sagrado; mayordomos, personas de la región, turistas y familias subían llevando consigo comida, cerveza, platos y vasos desechables, que convertirán el santuario en un basurero lleno de envases de unicel y coca cola vacíos.

Durante el descenso, don Antonio hace algunas paradas para esperar a todos, siempre al pendiente del grupo. Otras para que podamos refrescarnos con el agua dulce y fría que baja por las laderas. Nuevamente bajamos sin ningún contratiempo. Hacemos una pausa para descansar y comer, doña Inés ha preparado un refrigerio para ofrecer a todos los acompañantes de su esposo.

Finalmente emprendemos el viaje de regreso. Nos alejamos en la camioneta. Dejamos atrás la imagen del Iztaccíhuatl dormitando en el horizonte y del otro lado al coloso cubierto de nieve. Un viaje lleno de inspiración, lejos de la urbe, que nos hace reflexionar sobre la incidencia del hombre en la naturaleza y sus consecuencias. Sin duda alguna, un viaje que valió la pena.

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