PUEBLA, MÉXICO.- “A la mayoría le genera un shock ver un cuerpo desbordado, feo, grotesco. Si en la tele te presentan un cuerpo que se sale de tu canon, yo quiero generar esta contraparte en el arte: la idea del cuerpo común, del cuerpo uno a uno. Y no la idea del cuerpo idílico, del cuerpo santo, sagrado, que es imposible por las condiciones en las que vivimos, por nuestra alimentación, todo ese tipo de detalles por los que nunca vamos a tener ese cuerpo”, son las palabras de Miguel Pérez (también conocido como Santo Miguelito), artista plástico que con su obra pone en entredicho la estética canónica de un “buen cuerpo”.
En plática con Óscar Alarcón, Santo Miguelito habló de su técnica, de las normas, de lo sacro y lo profano, de la relación entre enfermad y obra, asegurando que el sobrepeso le generó una inestabilidad en la tiroides y una carga emocional y sociocultural, misma que lo aproximó al arte, a la idea del cuerpo diferente, “porque hay gente que también ha sentido lo mismo que yo: no sentirse incómodo con su cuerpo pero pesa más lo que el otro dice”.
Santo Miguelito señaló que buscaba “generar un juego de seducción, por ejemplo lo que hice con el chocolate, en donde usé un objeto ya consagrado con el carácter de lo rico, lo delicioso con el otro que es mi cuerpo, un cuerpo gordo, desbordado, que genera un shock a la gente.
Aquí la entrevista:
—¿Consideras que el canon visual del cuerpo del mexicano es aspiracional?
—Sí. Pero creo que no sólo con el cuerpo. Y más en Puebla. Es un fenómeno bien chistoso porque siempre te estás fijando lo que hace el otro. Y le das más importancia a lo que el otro está haciendo, lo que el otro dice, que lo propio. Siempre es “ya viste lo que está haciendo… ya viste que se compró un carro…”, siempre estamos de chismosos y metiches, fijándonos en el otro.
Nos lo ponen en la tele, vemos a la gente que promociona los productos, todos aquellos que salen en la tele tienen que cumplir ciertos lineamientos y entonces los demás se idiotizan, se enajenan con ese modelo. Esperan siempre encontrarse a alguien con esos estereotipos.
Yo me di cuenta en el ambiente gay, es muy aspiracional, es muy fantasioso, muy de princesas.
Siempre tiene esta aspiración de: “mi novio tiene que ser súper bonito, güero, de ojos claros, los caireles dorados”, muy en la idea de Barbie. Y no se da cuenta que en su entorno de diez va a encontrarse la mitad de uno —y eso porque es un niño— y ahí se genera una frustración porque no puede conseguir la pareja que le han hecho creer que es la perfecta. Creo que estamos sumergidos en eso.
—¿Cómo debe incidir el arte? O por lo menos, ¿cómo incide tu trabajo ante esta desacralización del cuerpo?
—Lo que yo intento es confrontar al público. Siempre que vean una pieza les generen una sensación estética, una sensación de horror. Siempre quiero que les provoquen algo.
Lo que hago es ir a mis exposiciones disfrazado o camuflado —aunque esto es imposible porque mucha gente ya me conoce— y me gusta preguntarles qué es lo que ven en las piezas, qué sintieron o qué les dijo. Yo puedo decir muchas cosas de mi pieza y la puedo insertar a partir de cualquier discurso, porque yo la hice, yo la puedo encaminar pero la gente que es el público es quien me interesa saber qué es lo que piensa.
—Dentro de tu obra también hay disfraces y siento que los gorditos nos identificamos con ellos: cerdo, oso, elefante, ¿cómo es que ese disfraz lo ocupas para hacer patente algo tan cruel?
—A lo mejor a simple vista la gente puede llegar a pensar eso: que como me dijeron cerdo por eso me puse la máscara de cerdo, que sí tiene que ver con eso pero a mí me interesó meterme a otro tipo de culturas, por ejemplo la prehispánica que hacían —o lo que se cree que hacían— los sacerdotes: desollar los cuerpos de los guerreros y esa piel se la colocaban en la idea de tomar la energía, el conocimiento, la esencia del guerrero para poder tener un contacto directo con los dioses (…) Tomo las ideas de otras culturas de cómo manejan al animal pero más para empoderarse, tomar su energía, su poder y decir: “ahora soy un cerdo porque tengo los poderes del cerdo”.
—Hablando del cuerpo, ¿ha sido difícil abrirse paso en el terreno del arte?
—Ha sido más con la obra. Por ejemplo, la pieza de los peinados, pedí espacios para exponerla, y a pesar de que ya había ganado un premio —a lo mejor no tan importante pero sí a nivel nacional y que te nombren “Poblano que gana premio a nivel nacional” ya es ganancia, y no soy yo quien está diciendo que es buena, es otro el que lo dice— me dijeron que no. Me censuraron mucho.
En la exposición del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMACP) querían manejar la información a su conveniencia, y llegó un momento en el que fue tanta la tensión que estuve a punto de bajar la obra porque no es posible que ellos quisieran armar un discurso para su beneficio y mi obra, que a final de cuentas lo que quiere hacer es contrarrestar esa idea, no quería que me vieran raro ni que me dijeran “te voy a dar el espacio porque nosotros somos divinos y tú eres el feo y raro. Pobrecito de ti, te lo vamos a dar para que expongas tu cuerpos gordos”. Eso lo he sentido en Puebla, en el D. F. no tanto.
—Hablando de los bordados, ¿cómo haces para que la técnica logre ganar respeto? Quizá se pueda pensar que si no haces óleo o acrílico no estás a la altura.
—A mí muchos me han dicho “¿por qué no haces otra cosa que sea más fácil?”, y yo respondo “precisamente por eso, porque no es fácil”. La pintura para mí ya está choteada, se repite, los temas se repiten, las técnicas son las mismas.
El bordado, como finalmente se mandó al baúl de los recuerdos y era una actividad de mujeres, pasa a segundo término. Ahora lo que me interesa sustituir la pintura por hilo. Me tardo más.
Siento que es más evidente que la gente vea el trabajo y creo que es lo que puede generar una tendencia. Estamos regresando a lo analógico, ¿y qué más analógico que el bordado?
—¿Qué ocurre con la idea de la santidad en Santo Miguelito?
—”El santo…” así se llamó mi primera exposición individual. Y más bien hablaba del tema de las reliquias en la iglesia católica, porque mi familia además de machista ha sido mocha. Soy muy religioso, soy súper creyente pero no comparto muchas ideas del judeocristianismo. Y eso siempre ha sido un problema al platicar no sólo con mi familia sino con otras personas. No es gratis eso de que no hables de política y religión porque se terminan matando.
Siempre ha sido un shock, y la exposición criticaba eso: cómo la iglesia te puede poner un hueso de animal y la gente le rinde culto, lo venera. Dije “qué poca madre de la iglesia que juegue con la fe de la gente” porque finalmente es un sistema económico que necesita explotar a alguien para poder mantenerse. Cuando yo les esto a mis tías o a la gente más cercana me decían “cállate, Miguel”.
Era generar una crítica hacia este sistema de dominación y enajenación. Creé un santo ficticio, lo que hice fue sacar el molde de mi brazo, tenía un reloj de esos regalos incómodos que nunca sabes quién te dio. Lo guardé y lo volví a sacar, lo convertí en reliquia. Todo el brazo lo llené de chaquiras, porque me gusta lo que se hace en Cuetzalan. Los trabajos para los altares son un trabajal impresionante, ese tipo de cosas siempre me han llamado la atención. O unos manteles que hacía una de mis tías para el altar de la iglesia con unos bordados que se llevaba un año en hacerlos. Es un trabajo impresionante que nada más era para el altar. Por eso dije que mi brazo tenía que llevar mucho trabajo para que la gente logre esa conexión. La pieza en sí era el reloj.
Hice otra pieza en donde saqué el molde de mi cabeza pero lo hice con papel, fue directo, me esperé como 4 horas hasta que se endureciera. Eso fue lo interesante del proyecto, del proceso del que fui obteniendo las piezas.
En otra lo que hice fue raparme en cero y todo el cabello lo puse en una caja, en otra, me saqué una muela, me saqué la placa de los dientes y deposité la muela. Todo lo pinté dorado.
La exposición se llamó “Santo Miguelito de mi corazón: que tu brazo ilumine mi camino”, con esta idea de antorcha.
—Quiero cerrar con una pregunta que no tiene tanto que ver con tu obra como con tu persona, ¿qué es el amor?
—El amor es autocontrol y si lo desgloso: si aprendemos a autocontrolarnos y automanejarnos creo que no hay mayor demostración que eso. Porque cuando te controlas logras entender al otro. Y realmente lo que nos han enseñado como amor está como necesitado del otro y creo que no debería de ser así porque para llegar a ese grado primero tienes que controlarte.
Yo estoy en ese proceso complicado. Hay que saber manejarte: cuando estás ebrio, cuando estás pacheco, cuando estás con otra persona, cuando estás solo, cuando estás pensando, cuando estás leyendo es un control y muchas veces no lo hacemos. Para mí eso es amor.
Y Lacan lo ha dicho, amor es dar algo que tú no tienes a alguien que no lo quiere, así de fácil.
Óscar Alarcón: @metaoscar
Neotraba: @neotraba