- Las comerciantes oaxaqueñas han creado redes de apoyo para apropiarse de los espacios donde han sido vulneradas por la violencia presente dentro de La Central, resignificándolos como mecanismo de resistencia.
MÉXICO.- Nos ubicamos en el suroeste del territorio mexicano. Entre flores, chocolate, pan y quesillo, el Mercado Margarita Maza de Juárez, también conocido como el Mercado de Abastos y desde el vocablo de los locatarios nombrado como La Central, es un espacio en el que a través del intercambio de productos y servicios convergen las ocho regiones: la Cañada, Costa, Istmo, Mixteca, Papaloapan, sierra Sur, sierra Norte y el mismo Valles Centrales; al igual que otros estados como Puebla y el Estado de México. Dicha fusión conforma el bagaje comercial y cultural del territorio.
Poco a poco se visualiza el caminar de los transeúntes que van con los morrales vacíos o vienen bien abastecidos; avanzan por una calle amplia que da inicio a la vendimia. El mercado está conformado por distintas áreas, mismas que son determinadas por los productos y servicios que venden. Para una mejor dimensión de la distribución se tomó como base el mapa de Melissa García, en el cual los referentes son la zona de mercaderes y la zona de tianguis y galera.
Conforme uno se adentra, se hace presente una situación en particular: los comerciantes en su mayoría son mujeres. Madres, hijas, sobrinas y nietas que han heredado el puesto de generación en generación. Es el caso de Eufiria, mujer comerciante de 52 años oriunda de Santiago Apóstol Ocotlán comparte el rumbo que ha tenido el tablón y sus dos burros en una esquina al interior de la zona A.
“El puesto era de mis papas, ya [después] me lo dejaron a mí. Mi mamá empezó con su mamá, ya de ahí empecé a los 7 años a acompañar a mi mamá. Desde siempre hemos vendido flores, las cultivamos allá en mi casa. Eso sí: mis favoritas cambian con cada temporada. Ahora está mi hija Marta conmigo”.
Igualmente, Amanda viaja todos los días desde su pueblo, Ayoquezco de Aldama en Zimatlán. No fue su mamá ni su papá quien le dio el puesto, pero sí alguien que estima mucho. “Primero mi suegra vendía aquí, adentro del mercado. Esa herencia me dejó mi suegra. Ella ya murió y ni una de sus hijas venden verdura. Yo soy la que le seguí con el trabajo de ella”.
La contraparte se presenta cuando hay comerciantes que han roto el estigma familiar como lo hizo Reina, originaria de Cuilápam de Guerrero. Expresó: “Soy la primera mujer de mi familia en ser comerciante en La Central. Vendo los productos que siembran en mi pueblo. Aquí no tengo a ningún familiar, estoy solita. Saliendo adelante para mis hijos. Pero eso sí: tengo amistades de acá del mercado de años. Son mis comadres”
Poco a poco la atmosfera te absorbe y te llama a sumergirte en sus dinámicas. Al recorrer los pasillos y ver los puestos, se aprecia a mujeres riendo, acomodando y cambiando el producto más fresco. Todas platican unas con otras: crean vínculos y redes de apoyo. “Las mujeres aquí nos apoyamos. Por ejemplo, mi comadre llegó en la madrugada, así como otra muchacha. Ellas se quedan en la noche aquí y se van hasta mañana. Se echan el ojo para que no le hagan nada a la otra. Ya sabes cómo es aquí”, comenta Leticia, comerciante en la zona de mercaderes.
Al igual que ella, muchas de las comerciantes entrevistadas concordaban en que, a lo largo de los años, las del puesto vecino se volvían una fuente de confianza y sororidad latente. Como lo respalda el testimonio de Valentina: “Aquí convivo con las compañeras comerciantes, con los comensales. Las mujeres aquí nos apoyamos, nos cuidamos. Cuidamos lo nuestros locales, nos cuidamos de las violencias que nos rodean”.
Al conversar con las 17 mujeres comerciantes provenientes de distintas regiones del estado de Oaxaca, se evidenció que, pese a estar rodeadas de otras mujeres y procurarse mutuamente, las personas externas a la zona o visitantes ocasionales ejercen distintos tipos de violencia. Estas ocurren durante las rutas de desplazamiento, cuando llegan y cuando se van, así como en zonas alejadas a sus puestos.
Se logró identificar las que se presentan con mayor frecuencia: la violencia mercantil o económica se da cuando se les regatea el precio establecido o buscan pagar menos por la falta de cambio; la violencia psicológica, al ser intimidadas por los llamados malandros de los alrededores, mismos que abusan de estupefacientes; y violencia física, la cual se da cuando otros comerciantes o delincuentes generan daños hacia ellas y/o su mercancía.
Según el comunicado de prensa número 597 del INEGI publicado el 19 de octubre del 2023, 67.4% de las mujeres y 54.1% de los hombres de México consideran que es inseguro vivir en su ciudad. Asimismo, se demuestra que Oaxaca aumentó 4.9% la percepción social sobre inseguridad pública de junio a septiembre del 2023.
Además, la ENDIREH (2021) estima que, en el estado de Oaxaca, 67.1% de las mujeres de 15 años o más han experimentado algún tipo de violencia: psicológica, física, sexual, económica o patrimonial a lo largo de la vida y 39.1% en los últimos 12 meses.
Sin embargo, han creado un sistema de resistencia basado en la defensa de su derecho a una vida libre de violencia.
“Al principio no nos tomaban en cuenta, eras dos o tres. Ahora que nos juntamos los delincuentes y otras personas ya no nos molestan tanto. Creo que les damos miedo. Como sea, he visto un cambio bueno. Cuando pensé que ya era suficiente de tanto abuso, le dije a mis vecinas [que nos juntáramos]. Como que no querían, hasta que apareció uno de esos que pega y que nos decidimos. Yo me he metido en muchos problemas porque no me dejo, uno tras otro. Pero la verdad sí valió la pena”, afirma Anónima M.
Cuando una va al baño, a caminar o necesita resolver un asunto, su vecina cuida el puesto, y si llegan a preguntar también vende. Los niños que transitan entre los puestos y pasillos son preocupación de todas: los ojos no se les despegan. Son mujeres que han defendido su identidad al posicionarse políticamente en un espacio en el que fueron vulneradas, resisten unas con otras. Hombro a hombro y mandil a mandil.