Fotografía: UNAM

Comodidad antes que privacidad

En COLUMNAS Arturo Manzano

¿Alguna vez te has detenido a pensar qué tan vulnerable eres cuando navegas por redes sociales? ¿Te has preguntado si, en tus momentos más frágiles, alguien está tomando nota?

Meta, dueña de Facebook, Instagram y WhatsApp, constantemente se encuentra en el ojo del huracán. El testimonio, a principios de año de Sarah Wynn-Williams, exempleada de la empresa, encendió una nueva alerta: Meta puede detectar cuándo te sientes inútil o indefenso… y usar esa información para venderte algo.

¿El ejemplo? Si una adolescente borra una selfie, la plataforma podría interpretarlo como baja autoestima y activar anuncios de productos de belleza. Si duda de su cuerpo, recibe publicidad sobre pérdida de peso. ¿Manipulación emocional con fines comerciales?

A esto se suma la llegada del nuevo chatbot de inteligencia artificial de Meta, que personaliza conversaciones con base en tu historial de Facebook e Instagram. Cada palabra que digas, cada frase que escribas, será una fuente más de datos para saber quién eres, qué deseas, qué temes.

¿Dónde trazamos la línea entre una experiencia personalizada y una intrusión a nuestra intimidad? Desde hace años sabemos que Meta puede predecir con gran precisión nuestros rasgos psicológicos con solo analizar nuestros “me gusta”.

Pero ahora va más allá: ¿qué pasará cuando esa lectura emocional se combine con tus confesiones en un chat con IA?

Sí, puedes borrar los datos. Sí, hay configuraciones de privacidad. Pero, seamos honestos: ¿cuántos realmente lo hacemos? La mayoría preferimos comodidad antes que privacidad. Y Meta lo sabe.

¿Queremos vivir en una red que nos conoce mejor que nosotros mismos? ¿O preferimos ignorar el problema mientras la máquina afina su puntería para vendernos lo que cree que necesitamos… justo cuando más lo necesitamos?

Mientras el debate público se diluye entre titulares escandalosos y actualizaciones de producto, la realidad persiste: el rastreo emocional ya no es ciencia ficción. Es parte del presente digital que habitamos. ¿Estamos listos para aceptar que nuestras emociones son ahora materia prima?

 

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