MÉXICO.- Por lo menos, durante 100 años, de mediados del siglo XIX a la primera mitad del XX, los retratos de “angelitos” fueron un recurso socorrido por las familias para atravesar el duelo por la pérdida de los más pequeños del hogar; hojear el álbum familiar y mirar de nuevo su rostro inocente, permitía evocar al hijo, hermano, nieto, ahijado…, que no volvería más.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del Museo Regional de Puebla (Murep), ha organizado la exposición fotográfica Angelitos, una mirada al ritual de la muerte niña, la cual revela la forma en que el retrato se erigió como consuelo y esperanza de vida.
El director del Murep, Manuel Melgarejo Pérez, señala que la muestra inaugura la iniciativa “El museo en tu escuela”, para vincularse con el público estudiantil, de ahí que tiene una primera estancia en el plantel de bachillerato del Instituto Washington (av. 13 Poniente 1307, Barrio de Santiago), hasta el 30 de octubre, donde los propios alumnos tienen la oportunidad de explicar a sus pares de otros colegios, en qué consistía esta costumbre funeraria.
La exposición también podrá visitarse en la Sala de Exposiciones Temporales del Murep (Ejércitos de Oriente s/n, Centro Cívico 5 de Mayo, Los Fuertes), del 1 al 27 de noviembre.
La curadora Marisol Juárez Torres expresa que los dos años de contingencia sanitaria por la COVID-19, la cual despojó a familias de uno o varios miembros, dejaron ver la importancia de los ritos funerarios, así fuera vía virtual, para despedir al ser amado y sobrellevar el dolor de la ausencia repentina. De ahí la pertinencia de esta exhibición.
Las 31 imágenes de la exposición abarcan de inicios a mediados del siglo XX, y proceden del Fondo Casasola de la Fototeca Nacional del INAH; de la Fototeca Romualdo García, del Museo Regional de Guanajuato, Alhóndiga de Granaditas; y de la Mediateca del INAH, de manera que constituyen parte del patrimonio visual de la nación.
En ese sentido, dice, es una manera de observar cómo generaciones anteriores hicieron frente a la muerte, ya que la introducción de la fotografía, sobre todo, a partir del último tercio del siglo XIX, permitió la popularización de los retratos de infantes muertos en varios lugares del país, además en todos los estratos sociales, desde los más humildes hasta los de abolengo.
La antropóloga refiere que, hasta la década de los 50 e, incluso, 60, la falta de acceso a servicios de salud repercutía en una tasa alta de mortalidad infantil, a raíz de enfermedades gastrointestinales, virales y respiratorias, como detalla con más amplitud el texto introductorio, a cargo del investigador del Centro INAH Puebla, Manlio Barbosa Cano.
En todo caso, advierte la curadora, los retratos de “angelitos”, más que representar el recuerdo de un acontecimiento triste, simbolizan el nacimiento del niño a una nueva vida; por esa razón, el momento propicio para tomar la fotografía era la velación o previo al cortejo fúnebre del niño o la niña, antes de levantarles de la mesa.
Los padres y hermanos solían retratarse con el infante en señal de despedida; pocas veces los menores difuntos eran retratados solos. Eran adornados con flores, ropones y túnicas, obsequiados por los padrinos; arreglos de flores en la cabeza y con las manos entrelazadas, para enfatizar su santidad.
Las imágenes de la muestra transcurren en diversos espacios: el patio o la entrada de la casa, la recámara o un simple telón, yendo del enfoque periodístico, característico de la Agencia Casasola, a la enigmática sobriedad de los retratos del fotógrafo de estudio, Romualdo García. Cada fotografía, impregnada de nostalgia, busca que el espectador se cuestione: ¿está muerto o simplemente dormido?