MÉXICO.- Un hombre con la boca tapiada por cadenas y éstas aseguradas con un candado, los ojos bien abiertos y el ceño fruncido, es la imagen del linograbado Libertad de expresión (1954), de Adolfo Mexiac, la cual se volvió símbolo de una época convulsa.
A tres años del deceso del artista michoacano Adolfo Mejía Calderón, quien adoptó el nombre de Adolfo Mexiac falleció el 13 de octubre de 2019, la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) rememoran su vasto legado en el que destacaba su obra gráfica, pero también su obra mural, que abarcan temas indígenas, históricos, políticos y sociales.
Mexiac siempre recordó las motivaciones que lo llevaron a crear aquel reclamo de libertad, y que fue símbolo de los movimientos estudiantiles en México y Francia, y usado por campesinos en Estados Unidos y China:
“Estaba en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, al frente de una serie de cartillas bilingües en tzeltal y tsotsil (realizadas por el Instituto Nacional Indigenista). Estábamos pendientes de lo que sucedía en Guatemala cuando ocurrió el golpe militar al gobierno de (Jacobo) Árbenz, apoyado por los norteamericanos.
“Eso era indignante, se siente uno impotente y no sabe uno qué hacer. Coincidió también con la muerte de Frida Kahlo en México, donde al entonces director del Inbal (el ensayista tabasqueño Andrés Iduarte) lo corrieron por permitir que la bandera comunista estuviera sobre el féretro. Aproveché ese coraje y, utilizando mi trato con los indígenas, pedí a uno de Chamula que posara. Los años cincuenta fue una época en la que combinaba el trabajo individual y el trabajo social”.
Desde joven se interesó por la pintura y el dibujo, al tiempo en que estudiaba la secundaria, el grabador michoacano tomaba clases en la Escuela Nacional de Artes de Morelia.
Fue en ese periodo cuando adoptó el nombre artístico con el que sería reconocido: “Un maestro empezó a hablar de los apellidos, del juego entre la ‘j’ y la ‘x’. Yo lo hice con mi apellido y Mexiac me pareció más mexicano. Desde entonces empecé a firmar mis dibujos así”.
Posteriormente se trasladó a la Ciudad de México para inscribirse en la Academia de San Carlos, donde permaneció un año. También estuvo en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, bajo la guía de Ignacio Aguirre y Pablo O’Higgins, entre otros maestros, quienes lo invitaron como ayudante para realizar el mural, casi olvidado, La importancia de la educación (1949), en Toluca, Estado de México.
Asimismo, ingresó al Taller de Gráfica Popular, del cual sería miembro de 1950 a 1960, y a la Escuela Nacional de Artes del Libro, ahora Escuela Nacional de Artes Gráficas para estudiar grabado de manera formal.
Uno de los viajes que transformaría su técnica fue el que realizó a China en 1965: “México no tenía relaciones diplomáticas, pero existía el Instituto de Intercambio Cultural Chino que dirigía el economista Luis Torres Ordóñez. Estuve durante un mes y medio recorriendo todo el oriente de ese país.
“Visitábamos todo, las fábricas, el campo, los dirigentes obreros, museos, ciudades, talleres de artistas y donde se reproducían las pinturas tradicionales. Cuando vi la forma de imprimir, con tacos de madera, tintas de almidón y pigmentos, me di cuenta de lo sencillo que es imprimir a mano en esas mesas de trabajo.
“Vi que se podía adaptar la técnica y empecé a trabajar en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, imprimiendo la madera como rompecabezas; de esta forma junté la manera china a la tradición occidental”.
Para Mexiac, autor de uno de los grabado-mural más grandes: 350 metros cuadrados de tallado en madera, Las Constituciones de México (1981), en el Palacio Legislativo de San Lázaro, el grabado constituye “una de las primeras expresiones del hombre:
“El grabado desde la prehistoria sigue siendo una de las formas de expresión del hombre, y el resultado final que de él se obtenga será siempre expresión y reflejo de su tiempo”, señaló en su discurso de entrada a la Academia de las Artes en 1997.
Además de prolífico grabador, arte al cual introdujo técnicas y materiales innovadores, también tuvo una producción mural importante: dos en Argentina, uno en su estado natal, Las Montañas de Michoacán (2002) y los cinco murales que resguarda la Universidad de Colima, entre ellos Autonomía universitaria (1987), Homenaje al trabajo manual (1999), El hombre y la mujer en armonía con su universo (2003), todos realizados con técnicas distintas.
Miembro del Salón de la Plástica Mexicana, fue reconocido tanto en México como en Cuba, República Checa, Bulgaria y Austria, así como en la antigua Yugoslavia, Italia y Chile. Su obra forma parte de colecciones como las del Victoria and Albert Museum de Londres o el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, España. El Centro Cultural Mexiac, del estado de Colima, resguarda el Archivo Gráfico Mexiac.