MÉXICO.— Virginia Valencia Parra es una abogada especializada en criminología; sin embargo, tiempo atrás fue conocida como Nona McGregor. Durante la segunda mitad de la década de los ochenta participó en diversas agrupaciones, convirtiéndose así en una de las fundadoras de la escena heavy capitalina, “tenía un grupo de garage y empezamos a tocar covers… me gustaba mucho”.
Tuvo que cambiarse el nombre para no tener problemas en su hogar, “en mi casa me decían de apodo ‘Nona’; pero yo soy Virginia, me tuve que cambiar el nombre… porque si mi papá hubiera sabido que cantaba heavy metal, me corría de la casa, ¡de ese tamaño…!”.
El recuerdo de sus primeras incursiones musicales permite apreciar el profundo conocimiento que ya tenía del género por aquel entonces, especialmente de aquellas bandas comandadas por féminas: “yo era muy fanática de Lita Ford, The Runaways, Girlschool y Rock Goddess; de ahí me empezó a jalar el sentimiento de meterme a los hoyos fonkis”, su favorito era “el HIP-70, en Insurgentes y Álvaro Obregón”.
Lanza su vista al pasado, cuando no había redes y todo dependía de lo que pudieran escuchar en la radio: “todo era radio AM, así sabíamos lo que iba llegando de música, no había nada de tecnología como ahora; gracias a las estaciones de aquellos tiempos fue como podíamos saber cuáles eran los grupos fuertes”.
Testigo del surgimiento de bandas como Luzbel, Xyster, Abaddon, Ramés y Ultimatum (de la que incluso llegó a formar parte), Nona McGregor tuvo que llevar una doble vida en su juventud, “tenía que hacerle así porque si escuchabas este tipo de música terminabas siendo estigmatizada… más siendo mujer”.
Antes de llegar a casa debía quitarse todas las perforaciones: “no te podías pintar el pelo, nada de lo que ahora pueden hacer las chicas; de los tatuajes, ni te digo, ni siquiera había lugares donde te los hicieras, no había modo. Si me hubiera visto mi mamá con uno, también me corría de la casa”.
PROYECTO DE VIDA DISTINTO
Durante 1985 conoció a Chela Lora, “la conocí en el HIP-70, nos volvimos muy amigas y fue quien me empezó a manejar; organizaba tocadas para las mujeres roqueras, ella fue la primera manager que organizó eventos de ese tipo, recuerdo que las hacía cada 21 de marzo”.
Los conciertos ocurrían en sitios como deportivos y estacionamientos, “ahí fue cuando empecé a expresarme con el heavy metal, había mucho punk también; fue como empezamos a salirnos de los hoyos funkis, pero todavía éramos parte del underground”.
“Toqué con mucha gente: toqué con el Escuadrón Metálico —un colectivo de agrupaciones que grabaron tres compilaciones homónimas de 1986 a 1989—; recuerdo que nos cuidaban los mismos músicos, eran ellos quienes nos protegían a las mujeres. También tuvimos muchas tocadas en el Foro Isabelino, que estaba frente al Monumento a la Madre”.
Fue en el último suspiro de la década del 80 cuando McGregor tuvo que despedirse de la escena, después de que Tarsicio “Talo” Chárraga, bajista de Ultimatum, la invitara a formar parte de la banda: “es muy amigo mío, un día me llamó y me dijo que se iban a quedar sin vocalista; pero yo había empezado la universidad, fue ahí que desapareció la banda”.
Aunque ya tenía su lugar en la naciente escena heavy de la capital, “el proyecto de vida te va llevando por otros lados; aunque ya estaba cantando, de eso nunca iba a comer o vivir; te tienes que seguir superando”. Fue así como empezó a estudiar la carrera de Derecho y más tarde una maestría.
Empapada de nostalgia, la abogada reconoce que hoy en día se percibe “obsoleta” en la escena actual, “ha habido muchísimos cambios; veo a las chicas mucho más abiertas, más movidas, más inteligentes para mover a la gente y eso me gusta; veo que hay más mujeres en el escenario, ¡y también en el slam, es muy rico el slam y organizarlo es delicioso!”.