Las historias apocalípticas, de grandes desgracias que acaban con la humanidad, o al menos con una buena parte de la población de la tierra, casi siempre se presentan de la misma manera: mega tormentas generadas por el cambio climático, invasiones de extraterrestres, desastres naturales, bombas nucleares, rebeliones de robots y de inteligencias artificiales por mencionar algunas.
Pero, ¿qué pasaría si todas estas historias no reflejaran lo que de verdad va a pasar y no van más allá de narraciones con moralejas acerca de cómo debemos cuidarnos del futuro, y más bien el final sea sutil, cuando menos lo esperemos?
Imagina que un día estás en tu oficina, en tu casa, en un salón de clases, y de la nada una o varias personas desaparecen. No en una forma trágica como al final de Avengers: Infinity War, cuando las personas se convierten en polvo, sino que simplemente desaparecen.
Así inicia The Leftovers. Un día, de la nada, el dos por ciento de la población mundial desaparece sin dejar rastro. Nadie sabe a dónde fueron. Algunos piensan que fue El Rapto prometido en textos bíblicos, otros no pueden siquiera articular una razón. Simplemente pasó.
La trama nos lleva tres años después, para demostrar cómo un fenómeno de este tipo afecta a la sociedad global. Sectas religiosas, falsos profetas, organizaciones gubernamentales que buscan reparar el daño y detectar posibles fraudes relacionados con los hechos. El mundo sigue, pero a la vez está detenido.
A lo largo de tres temporadas, The Leftovers nos presenta la historia de Kevin Garvey, un policía en el pueblo de Mapleton, Nueva York, su familia, y Nora Durst, una mujer que perdió a su esposo y dos hijos en la “desaparición”.
Todos los personajes se enfrentan a la pérdida de maneras peculiares. Recurriendo a las nuevas ideologías, a actividades autodestructivas, a “buscar la verdad”. Todas son personas dañadas, y cómo no estarlo en un mundo así.
No quiero entrar a spoilers, pero a lo largo de los 28 capítulos vemos el desarrollo de cada uno de los personajes, sus luchas, sus fallas y, sobretodo, su dolor
No es la primera vez que escribo de esta serie, hace unos años, cuando esta columna tenía otro hogar, hice un breve resumen de la primera temporada. Era febrero de 2015 cuando, entre otras cosas, escribí “Ya había dicho en otras ocasiones que si hay algo que me gustan son las historias que te dejan un vacío en el pecho cuando acabas de verlas, en este caso fue tal el sentimiento que tuvieron que pasar cerca de cuatro meses para que pudiera escribir estas líneas”.
Pero no fueron cuatro meses. Me tomó cuatro años regresar a esta serie. No porque no quisiera. Los capítulos estuvieron guardados todo este tiempo en la computadora. Es sólo que no había logrado superar la primera temporada. Las escenas finales me siguen acosando hasta la fecha. No porque sean peculiarmente fuertes, sino por lo emocionalmente rudas e intensas que pueden llegar a ser.
Fue hasta hace unas semanas, que vi que en HBO Go ya habían subido toda la serie, que respiré hondo y decidí seguir. Y no me arrepiento. Llegue a ese capítulo final dos años tarde, pero en el momento adecuado.
Aunque la serie da un giro en la segunda temporada, es un giro para bien, necesario. No puedes contar la misma historia. Y lo mejor fue terminarla de esa manera. Sin grandes catástrofes, sutil, como es.
Visualmente, la serie es hermosa. La fotografía y el manejo de la luz ayuda a reforzar la nostalgia de un mundo en proceso de reconstrucción, lo cual demás es reforzado con la música, la cual marca el ritmo de cada escena.
De la historia qué decir, un futuro semi-post-apocalíptico con personajes destruidos emocionalmente y un mundo sin respuestas. Mi tipo de historia.
Y es que The Leftovers trata de todo, trata de la familia, del dolor, de la necesidad de explicaciones ante las tragedias de la vida. Creo que quien mejor lo puede explicar es Tom Perrota, escritor del libro en el que se basa la serie, y co-creador de la misma.
Él, en una publicación del portal watchingtheleftovers.com, dijo: “Este es un show sobre diferentes individuos buscando una narrativa –religiosa o de otro tipo-, que les ayude a vivir y amar a pesar de las terribles pérdidas que han sufrido. Si el show ayuda a los espectadores a pensar en sus propias búsquedas de sentido, y les da algo de qué hablar con sus amigos y sus seres queridos, eso sería una cosa maravillosa. Necesitamos historias para vivir, y esperamos que The Leftovers sea una de esas historias necesarias”.
Y después de ver el final, quedarme viendo el techo de la casa 20 minutos sin saber qué hacer con mi vida, esa frase de Perrota, “necesitamos historias para vivir”, toma demasiada relevancia, tanto en lo personal como para entender ese final.