Por extraño que suene, uno de mis géneros de ficción favoritos, entiéndase películas, libros, series, son las distopías. Me fascinan estas realidades en las que todo se ha ido al carajo y ver cómo miembros de estas sociedades intentan salir adelante.
Ejemplos hay muchos: recientemente me regalaron el libro de Soy Leyenda y me lo terminé en dos días, porque es una distopía con elementos de fantasía marvillosos (termina el breve comercial). Un Mundo Feliz, Blade Runner (y casi cualquier cosa escrita por Phillip K. Dick), y un larguísimo etcétera son ejemplos de este género.
Normalmente, por el tipo de realidades que plantean, las distopías van más de la mano con la ciencia ficción, porque es común achacar la afectación de la realidad a los avances tecnológicos. Pero no siempre es el caso.
En ocasiones, la distopía puede originarse por un gobierno autoritario, por cambios climáticos, por guerras, y muchos otros factores.
Es en esta segunda rama que entra The Handmaid’s Tale, basada en el libro de Margaret Atwood. He de aceptar que, como nos pasa a muchos, cuando salió la serie y vi la euforia que generó me llamó la atención pero una parte de mi puso resistencia. Por suerte, ésta duró poco.
El mundo en el que se desarrolla The Handmaid’s Tale es una realidad no muy lejana en nuestro futuro, en la que la contaminación ha llegado a condiciones de riesgo. A esto se suma una “epidemia” de enfermedades de transmisión sexual que afectan la fecundidad de la población (muy al estilo de Los Hijos del Hombre), lo que implica que una mujer que puede quedar embarazada es casi un lujo.
En medio de esta crisis global, un grupo de ultraderecha, conservador, radical en Estados Unidos toma el control de gobierno (no daré detalles de cómo porque esto se explica a lo largo de la serie), con el objetivo de regresar al país a un modelo más tradicional, sin televisión, sin internet, sin distractores. Regresan todo a un estilo de vida de principios de 1900.
Muchas personas logran escapar del país previo a este cambio de régimen, pero las mujeres que han tenido hijos son capturadas y convertidas en “criadas” de los líderes militares. Pero no, el término criada no implica que limpien pisos y laven ropa. Es una forma bonita de llamarle a una mujer que es violada por el militar al que es asignada y su esposa, en un “ritual religioso” cada mes, en sus días de mayor fecundidad, con el objetivo de darle hijos a los líderes del nuevo gobierno.
Para esto se les quita su identidad, pero no su voluntad, como lo demuestra June -quien recibe el nombre de Offred cuando es convertida en criada-, la protagonista de la serie, quien en medio de una situación nada favorable sólo quiere recuperar a su hija, la cual le quitaron cuando fue capturada, y huir.
Aunque pareciera que ya conté casi toda la serie, sólo di el contexto. Desde el primer capítulo hasta el final de la segunda temporada, la historia cambia, gira y te deja sin aire. En especial cuando, por medio de flashbacks, uno se entera de cómo era todo antes, la vida de los personajes principales, e incluso cómo fue el “entrenamiento” de las criadas, para el cual en ocasiones la palabra “tortura” se queda corta.
Para los que empiecen a ver la serie después de leer esto, les parecerá raro que diga que uno de mis personajes favoritos es Serena Waterford, la esposa del líder militar al que le asignan June; aunque al principio es dura y un tanto odiosa, es el personaje con el mayor crecimiento en toda la serie, porque claro, ¿cómo una mujer educada va a soportar vivir bajo las reglas de un régimen patriarcal?. No diré más.
Y podría seguir, podría hablar de lo grandiosamente horrible es que Aunt Lydia, la “controladora” de las criadas, o cómo el viaje de Emily es uno de los más dolorosos y satisfactorios de toda la trama, pero eso se los dejo de tarea, en especial porque ya fue anunciado que el 5 de junio saldrá la nueva temporada, lo cual me hace demasiado feliz.