Baixtla es un pueblo tan pequeño que si no fuera porque la celebración anual en honor a la Santa Cruz entusiasma a propios y fuereños, muy pocos sabrían que hay un camino para llegar ahí.
Baixtla, que en realidad debería escribirse Baiztla con z -porque sus fundadores de apellido Báez agregaron el locativo “tla” para nombrar en su lengua náhuatl “lugar de los Báez”, hoy es un lugar tan triste que hasta las trompetas de la banda rugen desafinadas para despedir a Aideé, la joven que salió a buscar a la capital una mejor oportunidad de vida a través de los estudios pero que encontró en un pedacito del México bravo la realidad de todo un país: violencia, discriminación. La muerte ceñida a un feminicidio más. Tan sólo durante los primeros tres meses de 2019 fueron asesinadas 227 mujeres, siendo los estados con mayor incidencia Veracruz, México, Sonora, Puebla y Nuevo León.
Este valle que colinda al sur con la comunidad de Tempexquixtla, al poniente con San Nicolás Atlalpan, al norte con la cordillera del Tenzon y al oriente con el río Atoyac, es tierra de artesanos que con la palma que crece en los linderos de los cerros tejen petates, canastas y figuras de colores para adornar cualquier vacío.
Es un lugar afable donde la tragedia no se conoce de otra forma que no sea la muerte natural de algún pariente o vecino. Por eso, ahora en este lugar donde el sol se desploma con el rigor de una brasa que lo quema los campos y los transforma en desierto, la muerte de Aideé es más que llanto. Es una duda constante que les duele a todos los pobladores porque nadie entiende cómo ni por qué fue ella el blanco de uno de los asesinatos que ha conmocionado a gran parte del país.
El rugido de los motores que advierten la llegada de fuereños que van en busca de respuestas sobre lo que le sucedió a Aideé en el CCH Oriente de la UNAM, donde en siete meses tres estudiantes han sido asesinadas, no cesa. Los siseos y suspiros que acompañan un llanto quedito se imponen sobre el silencio que una banda de música a veces interrumpe para aliviar el agobio.
Gilberta, tía de Aideé repite que en este país no hay justicia, que no se necesita vivir en un pedacito de tierra en el más hondo silencio de la cordillera del Tenzón para saberlo, pero basta con salir de ahí y convivir con los sueños de otros para conocer la furia de un país donde la violencia gana, destruye vidas, familias y también pueblos que, a pesar de permanecer ocultos en las montañas de palma, la tragedia se aproxima sigilosa para atestiguar que este país se pudre a lo lejos.