Fotografía: YD

Apasionados del Colonial

En CAMALEONES Yussel Dardón
  • Aficionados de futbol escapan de los bares, los restaurantes y las reuniones familiares para ir al Colonial, “tierra santa” del cine para adultos en la ciudad de Puebla.

PUEBLA, MÉXICO.- Esta no es la primera vez que en las butacas del cine Colonial de Puebla la presión aumenta, la respiración se contiene y se traga saliva; tampoco es ajeno que se dilaten las pupilas, que las piernas languidezcan mientras una mano se vuelve la protagonista de la proyección; sin embargo, estoy seguro que es la primera ocasión que los gritos de “¡penal!” y “¡gol!” sustituyen los suspiros y gemidos sexuales que forman parte del día a día del inmueble dedicado a proyectar películas pornográficas.

En el cine, una perla arquitectónica ubicada en las 2 poniente, entre 11 y 13 Norte, a unas calles del zócalo de la ciudad, son las nueve de la mañana con cuarenta y cinco minutos del 23 de junio de 2018, fecha marcada por los aficionados de futbol en México como el día de la comprobación: “vamos a ver si no fue casualidad el triunfo sobre Alemania, carnal”, dice el boletero que permite el acceso a la sala del Colonial, inmueble que se inauguró en 1941 y que tras varios años de proyectar filmes de grandes productoras mutó en emblema del cine para adultos.

“Aquí el ambiente se pone chingón, traes botana y refresco y ya la armaste, carnal”, es la frase con la que convence a quienes dudan entrar pero que al vencer la vergüenza –o con la curiosidad como motivo- se acercan a la taquilla donde una señora de poco más de setenta años esboza una sonrisa mientras cobra: “Son treinta y cinco pesos por persona. Puede quedarse después del partido a nuestra programación habitual. Tenemos permanencia voluntaria desde el inicio del juego hasta las nueve de la noche”.

Este día el cine Colonial dejó de ser santuario de la pornografía para transformarse en templo de futbol, donde las columnas portentosas cobijan a un estadio improvisado, al menos durante dos horas. La oferta que anunciaron días antes del inicio del Mundial Rusia 2018 llamó la atención de algunos aficionados que, entre risas y bromas, aseguran querer cumplir su sueño, que en realidad parece ser un divertimento: “queremos gritar gol en ‘La Meca’ del porno”.

Al entrar a la sala el aroma a humedad, cloro y madera vieja se hace presente. Llegar a los asientos es complicado para quien no está acostumbrado a la oscuridad, por lo que algunos asistentes utilizan la lámpara de su teléfono celular para iluminar sus pasos y caminar con mayor seguridad por los pasillos.

-Nomás les pido que utilicen el teléfono para alumbrarse; no pueden tomar videos ni fotografías –dice el boletero que hace las veces de guía.

Si bien en este cine la falta de luz ayuda de forma cotidiana a los espectadores anónimos a tocarse, cambiar de butaca para estar con alguien más en busca de caricias, besos o sexo ocasional, hoy arropa a quienes esperan a que el árbitro pite el inicio del duelo México contra Corea del Sur, segundo duelo del “Tri” que busca adueñarse de liderato del Grupo F, mismo que comparte con Alemania, Suecia y el combinado oriental.

“¡Vamos México!”, “¡Órale, cabrones!”, “Sin tetas no hay paraíso, y aquí en el Colonial lo sabemos”, son algunos de los gritos de tres aficionados que llegaron al cine porque uno de ellos se enteró por Facebook del evento, y que preguntándose por lo que se proyectaría al medio tiempo decidió ir con sus amigos.

-No mames, Mike, ¿a poco no está chingón ver el juego aquí? –pregunta Mario, el más entusiasta de los tres, que porta “la verde” y que se burla de Nacho porque “no entiende ni madres de futbol pero sí de porno, por eso vino el cabrón”.

-Sí, wey, está padre. Nomás falta la botana –repela Mike.

-Tranquilo, ahorita en el medio tiempo vamos por chelas. El chiste es pasarla bien y chupar.

-¡No mames! No digas eso aquí porque te van a tomar la palabra.

Los trabajadores del cine entran a la sala y ocupan las butacas del fondo. El resto de espectadores, que en un principio no superan la decena, aplauden cuando el árbitro serbio Milorad Mazic da el silbatazo inicial.

“¡Vamos muchachos!”, se escucha en la sala, también aplausos, la imitación exagerada de unos gemidos y risas tras de ellos.

El juego inicia con el dominio de la Selección Mexicana, favorita ante los coreanos. Hay seguridad en el campo y seguridad entre los espectadores que poco a poco incrementan en número.

-¡Eso, chingada madre! “El Chucky” es una verga y se mueve más que las que salen en las películas de aquí.

-¡Cómo dices mamadas, pinche Mario! –apunta Mike.

El Colonial, testigo de historias que se desarrollan en la clandestinidad y en la complicidad de sus trabajadores, se permite hacer una pausa porque, como aseguró el boletero, “El Tri es el equipo de todos. Hoy los ‘pelos’ pueden esperar un ratito, carnal”.

Algunos de los espectadores improvisan un tímido “México, México”, como si la atmósfera del cine evitara un grito más fuerte, como si negara a quienes miran el partido a violar el código no escrito del público asiduo.

La pelota recorre el campo de juego: un par de paredes, tiros bloqueados o detenidos; pases a la espalda del rival, México sobrado, Corea del Sur agazapada y lista pare el contragolpe.

-Esos coreanos hacen bien su chamba. ¡Corren como ladrones! –se asombra el administrador del cine convertido en un espectador más.

A la sala empiezan a llegar algunos “fieles”, a quienes se les distingue porque caminan lámpara en mano. Algunos recorren las filas en busca de algo, quizá una cartera, un celular olvidado, una revista; o quizá para no sentarse en una butaca sucia, riesgo de acudir a uno de los pocos cines dedicados al entretenimiento para adultos en la ciudad. Los parroquianos se detienen para examinar de mejor manera los asientos, cargando la mayoría una bolsa de plástico en la que se alcanza a distinguir un rollo de papel higiénico y una botella de plástico.

Uno de ellos encuentra el lugar ideal, saca de la bolsa un paquete de papas fritas que pone en su regazo. Se acomoda y levanta la mirada a la pantalla.

-¡Mira, Nacho! ¿Ese no es tu tío? –cuestiona Mike, cómplice de Mario en la broma.

-¡Ora ya! –responde con humor.

El juego continúa. Los espectadores, más entretenidos en hacer chistes relacionados con el lugar que por el funcionamiento del Tricolor, rompen el jolgorio cuando al minuto 23 escuchan que Javier Hernández filtra aun balón al capitán Andrés Guardado, quien desde la izquierda centra el esférico que encuentra la mano de un defensa coreano.

“¡Penal, penal!”, gritan al unísono en la sala. El árbitro, a primera vista y sin consultar el polémico sistema de video arbitraje (VAR) marca la pena máxima.

-Awebo, awebo que es anal… digo, penal –dice un Mario lleno de euforia. La broma hace reír a todos.

-Que lo tire “Chucky”, o Guardado, o Vela… Que no lo fallen. Sí, mira, es Carlitos el que va a cobrar –señala Mike.

Pausa. Concentración. Rezos. Silencio. El tiempo parece congelarse mientras en la pantalla un seguro Carlos Vela enfila hacia el esférico, se planta y cruza el disparo a la izquierda del portero Kim Seung-Gyu, quien segundos antes había intentado amedrentar al delantero mexicano. “¡Gol, gol, goool!”

-Ahora sí, Mike, vete por el pomo y por unos condones.

La euforia de quienes son cómplices futboleros esa mañana permite que en el Colonial, acostumbrado al silencio y los cuchicheos, el grito de “¡Viva México, cabrones!” retumbe en la sala y rompa el ambiente misterioso que parece ser marca registrada en el cine.

Silbatazo. Concluye la primera parte. El administrador del lugar se para a la mitad del pasillo y comenta a los espectadores, que ya suman poco más de veinte, que pueden meter cervezas y comida.

-Así, sin pedos, metan las caguamas que quieran. Hoy estamos de fiesta en el Colonial.

Tras las palabras una lluvia de aplausos y la porra “Oeee, oeee, oeee, oeee, Colooo-niaaal”.

El encuentro se reanuda. Hay más espectadores, la mayoría con cervezas en lata y frituras. El ambiente ya más relajado da paso a que las bromas continúen y que se aplauda cada buena jugada, sin importar el equipo que la realice.

-Qué bueno que venimos a ver el juego. Esto se lo vas a poder contar a tus nietos, Mike. Les vas a decir “yo estuve en el Colonial viendo a México ganar”.

-Quién sabe si siga existiendo el cine.

-¡Awebo que sí! Calientes siempre va a haber.

Entonces sucede. Minuto 65. Héctor Herrera roba un balón, el esférico encuentra a Hirving “Chucky” Lozano que luego de desparramar a un contrario conduce hasta los linderos del área y de reojo sirve el balón a su izquierda, a la posición de Javier Hernández que recorta al defensa para definir con la diestra ante la salida del portero.

“Goool, gooool, golazoooooo”, “goool, cabrones”, “voy a llorar”, “Chichadios”, gritan algunos espectadores mientras otros ríen y se observan para compartir su mirada llena de emoción. Otros abren una cerveza más.

-Ya que sea tradición venir aquí en los juegos de México, es de buena suerte. Estaría bien, ¿a poco no, Nacho? –pregunta Mario

-Sí. Los Cheetos saben raro -contesta.

-Jajaja. Pinchi Nacho –se burla Mike.

La emoción se adueña de la sala de cine y los minutos avanzan. Llega la hora de los pronósticos: que México será líder de grupo y campeón del mundo; que llegó la hora de que dejemos de ser “ratones verdes”; que el quinto partido nos queda chico; que para qué meten a Rafael Márquez; que saquen a Miguel Layún; que ya casi acaba el partido. No, esperen, Son Heung-Min le pega desde afuera del área y vence con un trallazo a Ochoa.

-No, mames, no mames, nos van a empatar –dice Mike.

-No eches la sal, pendejo –revira Mario.

El árbitro pita. Se acabó. México vence dos goles a uno a Corea del Sur.

En la sala el sonido disminuye poco a poco. Los comentarios de los analistas quedan casi silenciados. Los espectadores se levantan y se encaminan a la salida, entre risas y silbidos. Sin embargo, los “fieles” del Colonial se quedan, algunos cambian de asiento, otros se dirigen al baño.

-Jóvenes, ya vamos a empezar con nuestra programación habitual. Tenemos Locos a la Medida, Operación Play Girl y Encantadoras. ¡Quédense! –dice el administrador a quienes bajan por las escaleras principales hasta llegar a la calle.

-Gracias, amigo. Ganas no faltan pero tenemos que trabajar –responde Mario, con los ojos entrecerrados en lo que su vista se adapta a la luz del mediodía.

-Órale. Los esperamos el próximo juego. Ya saben que aquí lo que sobra es ambiente –concluye el boletero quien ve partir a unos nuevos apasionados del Colonial.

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