MÉXICO.- Rosa Castro tiene 74 años, 44 de ellos los ha pasado entre el aroma de las rosas y claveles que vende en la calle de la Alhóndiga, en el Centro Histórico, hoy conocido como el Callejón de los Milagros, estuvo ahí desde que se vendían calzones de manta y mezclilla hasta ahora, que ofrece un oasis de belleza a las capitalinas promedio.
Con cada blanco cabello en su lugar, Doña Rosa ha vendido flores en esa calle desde hace más de cuatro décadas, primero a pie, luego en un lugar establecido en la banqueta, con velocidad recuerda los tiempos de la venta de calzones de manta y mezclilla para luego ser un lugar que proveía papas y luego chiles secos hasta convertirse en la calle donde se enchulan hombres y mujeres por igual.
Entre los gritos de personas que ofrecen sales exfoliantes de dos tarros por 200 pesos y otras tantas que ofrecen keratina para mantener los cabellos lisos, la anciana se considera la abuela de quienes ofrecen embellecer la vida de las personas, “todo el mundo me ha comprado, todo el mundo me conoce y mis flores embellecen los ojos de las que venden aquí”.
Como Anel Miranda, quien creció entre esas calles y recuerda cuando se vendían chiles secos y poco a poco comenzaron a florecer las tiendas de belleza, su madre fue de las primeras y ahora ella continúa con la tradición, se dedica a colocar extensiones de cabello desde 700 pesos hasta los mil 300, “depende el largo”, dice.
Sobre un altero de transparentes paquetes con cabellos naturales y seminaturales rizados, lacios, con mechas y de colores está el bebé de Anel, entre los pasillos y la gente hace su trabajo mientras comenta que la única diferencia está en el precio, “en salones de belleza así establecidos te pueden cobrar hasta cinco mil pesos, aquí te ponemos un banquito, tu espejito y te ahorras un buen nomas por la comodidad, acá viene de todo, desde gente pudiente hasta clasemedieros”.
“Por eso se le dice El Callejón de los Milagros, las mujeres llegan de una forma y se van transformadas, aquí les subimos el autoestima, hay gente que padece enfermedades de cáncer o que se les cae el cabello y aquí las ponemos bonitas, cuando llegan llegan así con su estima bien apachurradita y ya salen viendose en el espejo muy diferente”.
Gustavo Amante se dedica a lo mismo que Anel pero unas aceras más adelante, en La Plaza de la Belleza, oficialmente conocida como Plaza Alonso García lleva 20 años poniendo extensiones a hombres y mujeres, “es un hermoso lugar” y con orgullo confiesa haber visto de todo, incluso a aquellas que llegan con el cabello de sus bisabuelas para que se los hagan pelucas.
Con unos dreadlocks comunmente conocidos como rastas decorando su cabeza, Gustavo sonríe al hablar de lo que ama: su trabajo, para él es importante poner guapa el autoestima de las personas, “cambiar la percepción que tienen de sí mismas”.
“En la Alhóndiga trabajamos para el pueblo, secretarias, enfermeras, policías, amas de casa, todas las mujeres que trabajan fuerte porque acá no se gasta tanto como en otros lugares”, con sorpresa comenta que antes eran solo dos o tres tiendas en la calle y ahora ya son al menos tres calles destinadas a enchular a las personas, para él “es un encanto estar aquí, buscarle a las mujeres sus formas y estilos, hacerlas más bellas y seguras”.
En las blancas lonas simétricamente organizadas trabaja no sólo Gustavo, sino unas 200 personas enfocadas en las manos de las personas, “aquí estamos todas la aplicadoras técnicas en uñas, todas estamos certificadas y tenemos una trayectoria en esto, yo por ejemplo ya tengo 15 años en esto”, refiere Elizabeth Alvarado.
Entre los olores característicos de los químicos que se utilizan para la colocación de uñas y enfundada en una impecable bata asegura que al lugar acuden muchas personas de diversos estados del país a surtir materiales para sus negocios de uñas, además de que es un espacio que nunca descansa, “todos los días hay trabajo para todas”.
A un costado está La Plaza Atarazanas, ahí hay decenas de locales dedicados a ofrecer líquidos para pigmentar cabellos, materiales para colocar uñas y más líquidos para alisar y rizar pestañas, en el patio central hay un centenar de mujeres enfundadas en coloridas batas, ellas se dedican principalmente a arreglar el rostro de las mexicanas.
Patricia Vargas, tiene ocho años enmarcando la mirada de las chilangas promedio, ella, depila las cejas y enchina las pestañas , quita con cuidado y con dolor para las visitantes los vellos faciales excedentes, hasta hace poco ella ofrecía sus servicios en la mitad de la calle de Alhóndiga, pero desde hace unos cuatro años a ella y sus compañeras las reubicaron en esa plaza.
Ahí, las mujeres que enchulan a otras mujeres están armadas con pequeños trozos de papel especial para depilar, peines de cerdas finísimas para acomodar cada vello facial y pinzas de diferentes puntas que solo ellas saben cómo usar, Patricia atiende a al menos unas 30 personas al día.
La tradición de tomar las calles de la Ciudad de México para otras finalidades más allá de recorrerlas continúa viva desde tiempos ancestrales, sólo que la calle de la Alhóndiga y sus alrededores migró de los olores del chile seco a los de cremas y esperanzas para hombres y mujeres para verse mejor, y entrar al Callejón de los Milagros de una manera para salir de otra.