Fotografía: Especial

“1922”, la mejor adaptación de una obra de Stephen King en 2017

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PUEBLA, MÉXICO.- Las series y películas basadas en la obra de Stephen King están produciéndose casi tan rápido como sus novelas. Después de La Torre Oscura, La Niebla, ESO y el exitoso thriller sexual Gerald´s Game, Netflix ha lanzado en silencio una arrebatadora versión de uno de sus libros menos conocidos: 1922.

La historia corta procede de la colección Todo oscuro, sin estrellas que ya ha visto nacer dos películas de sus relatos: Camionero grande (Big Driver) protagonizada por María Bello y Un buen matrimonio (A Good Marriage) con Joan Allen.

Cualquiera que busque brincos constantes al estilo de ESO encontrará que 1922 no los encontrará.  Aquí tenemos una narrativa de lenta combustión que opta por inquietarnos en vez de emocionarnos y en la que se percibe una constante amenaza: culpa y arrepentimiento.

Wilfred (Thomas Jane) disfruta de una vida sencilla con su familia en una granja que su esposa Arlette (Molly Parker) heredó. Pero esa vida no es lo que ella tenía en mente y crea un plan para vender la granja y mudarse a la ciudad. Wilfred se opone rotundamente y cuando Arlette anuncia que de todos modos se va a ir junto con su hijo Henry (Dylan Schmid), él trama su propio plan: matarla.

Existe una aterradora mundanidad en la manera de pensar de Wilfred. Su decisión de priorizar sus deseos personajes y su ganancia económica por encima de la vida de su esposa le da a la película un escalofrío instantáneo y nos brinda un inusual anti-héroe. Es un reto para cualquier guionista construir una película alrededor de un hombre que desea matar a su esposa mientras duerme, pero el director y escritor Zak Hilditch logra mantenernos en las sombras, siguiendo de cerca la perturbadora transformación de Wilfred. Una de las principales razones por las que nos sentimos obligados a presenciar este cambio es debido a la actuación, profundamente comprometida de un irreconocible Thomas Jane.


Sería muy fácil interpretar a Wilfed como un campesino, pero Jane ofrece una cuidadosa y estudiada versión de un hombre que se encuentra al borde de la cordura a punto de descender lentamente hacia la locura. El horrible asesinato de su esposa es sólo el comienzo, el incitante primer acto, y el resto de la película desarrolla las devastadoras repercusiones. Lo interesante sobre 1922 es que la narrativa no depende de una amenaza externa a la libertad de Wilfred (hay poco o nada de existencia policial) sino de una amenaza interna a su salud mental.

Su sentimiento de culpa se manifiesta en la forma de unas ratas sedientas de sangre, y el sonido de sus rasguños se convierte en uno de los muchos recursos que Hilditch utiliza para mantener una atmósfera inquietante a medida que la comprensión de la realidad de Wilfred se desvanece. El diseño de sonido en general es ferozmente efectivo, tan brutal como el “intrigante hombre” que vive dentro de Wilfred.

Existen temas que Stephen King ha explorado antes, como la desarmonía marital, la locura abrumadora o la masculinidad tóxica, pero 1922 cuenta con una fuerza cruel muy particular. Es sorprendentemente poco sentimental, lo que provoca que los intentos de exprimir emoción sean frustrantes y totalmente infructosos.

Las historias de King por lo general palidecen cuando se acercan al final y esta no es la excepción. En esta ocasión no tenemos el final tan intrincado y torpe como lo fue en la otra adaptación de Netflix (Gerald´s Game), pero no es tan cautivador como podría ser. Hilditch elige un camino más visceral en lugar de algo más sutil que podría resonar con lo que vimos antes.

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